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in Cuadernos de Historia
Entre la Revolución Cubana y la “Vía chilena”: intelectuales, cultura y política en las páginas de Casa de las Américas y La Quinta Rueda
Resumen:
El presente texto pone en diálogo las dos experiencias más revisitadas de transición al socialismo del siglo XX en América Latina: la Revolución Cubana y el gobierno chileno de la Unidad Popular. Realizamos este estudio en el marco de la Historia Intelectual analizando las revistas culturales Casa de las Américas y La Quinta Rueda con el objetivo de identificar rasgos comunes y diferencias en las representaciones que guiaron las agendas de las izquierdas del período. Mediante estas fuentes, discutiremos las políticas culturales gubernamentales, los debates intelectuales, además de los intercambios y conflictos entre los dos procesos.
Introducción
En septiembre de 1970 la Unidad Popular (UP) ganó las elecciones presidenciales chilenas. Su programa de gobierno tenía como objetivo implementar gradualmente el socialismo en el país, respetando las instituciones democráticas. Así, la “vía chilena” se planteó como una alternativa a la “vía armada”, consagrada por las revoluciones soviética, china y cubana. La llamada “experiencia chilena” se desarrolló en medio de una serie de tensiones de orden interno y externo. Las primeras fueron resultantes de la difícil reconciliación de la teoría marxista-leninista con los principios democráticos; mientras que las segundas se debieron a la desconfianza entre las dos partes en conflicto en el contexto de la Guerra Fría.
Las tensiones que surgieron del debate sobre los caminos revolucionarios resonaron fuertemente en los discursos y producciones culturales de escritores y artistas interesados en participar en la lucha política. Esto fue especialmente importante en una época marcada por la primacía de la referencia continental como lugar de pertenencia de los intelectuales latinoamericanos, la percepción de que el mundo estaba a punto de cambiar radicalmente y la certeza de que los intelectuales tenían un papel relevante en esta transformación 1 .
Como señala la historiadora Claudia Gilman, el concepto de revolución se ha convertido en un punto de inflexión, siendo el principal referente para la legitimidad de la actividad intelectual desde la Revolución Cubana (1959). Esta actuó como disparadora de la voluntad de politización intelectual y
La relación de los intelectuales cubanos en particular, y latinoamericanos en general, con el Estado de Cuba definió cambios importantes en las colocaciones respecto de las cuestiones centrales que se discutieron en el período, como por ejemplo la función de la literatura y de la experimentación artística, el rol del escritor frente a la sociedad, los criterios normativos del arte y la relación entre los intelectuales y el poder 2 .
Considerado un tema clásico del pensamiento marxista del siglo XX, la “cuestión cultural” (el lugar de la cultura en la revolución) ganó fuerza después de 1959 y se intensificó después de 1971, cuando comenzó el llamado “Quinquenio Gris” en Cuba. Este término fue acuñado por el escritor Ambrosio Fornet en un texto publicado en la revista Casa de las Américas en 1987, donde el autor señaló que la literatura producida entre 1971 y 1976 estuvo marcada por el énfasis en un discurso didáctico y el desarrollo de novelas policiales y obras infantiles y juveniles 3 . La periodización y las características identificadas por Fornet han sido cuestionadas por varios autores, pero aun así podemos afirmar que el año 1971 representa un hito del endurecimiento del régimen en el campo cultural. Esto no es porque sea el origen del fenómeno, como lo demuestran trabajos como los de Nadia Lie y Sílvia Miskulin, sino por la visibilidad conferida por el Caso Padilla y por el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura.
Estos episodios motivaron a escritores y artistas de diferentes nacionalidades a discutir las nuevas directrices culturales y los rumbos que tomaba el proceso revolucionario cubano. Las posiciones defendidas por los intelectuales chilenos y cubanos en este contexto no se limitaron a cuestiones internas del campo cultural, sino que representaron una toma de posición política que tenía como fin el compromiso en torno a la Revolución Cubana. Como cuestión subyacente, se planteaba el problema de las formas revolucionarias: mientras parte de la intelectualidad, decepcionada del régimen de Castro, transfirió sus esperanzas al proceso chileno, otra parte se inspiró en Cuba para reclamar su radicalización. Otros tomaron una posición intermedia: apoyar a la Revolución Cubana incondicionalmente, defendiendo la validez de los principios antintelectuales, mientras que se dedicaban a construir las bases culturales de la “vía chilena”.
De este modo, la disputa entre los dos modelos para la instalación del socialismo en América Latina estuvo mediada por el campo cultural. En este contexto, las revistas ocuparon un lugar central en términos de formulación de posiciones políticas a través de debates culturales. Abordaremos esta problemática centrándonos en las revistas Casa de las Américas (CA) y La Quinta Rueda (LQR), tomadas como instrumentos de mediación cultural. Las fuentes seleccionadas nos permitirán discutir las similitudes y distancias observadas entre intelectuales cubanos y chilenos, además de evidenciar la circulación de discursos en el continente.
Realizamos este estudio en el marco de la Historia Intelectual 4 y recurrimos a referencias teóricas y metodológicas de trabajos recientes de historiadores sobre revistas culturales. Como señala Arantes, actualmente hay una variedad de autores que subrayan la importancia y la especificidad del uso de las revistas en la investigación histórica, y coinciden en que “La adopción de revistas culturales como documentación requiere un análisis de los grupos sociales involucrados en su creación y desarrollo, sus características físicas, formas de circulación, contenido, es decir, un análisis de sus dimensiones textuales y paratextuales” 5 . Crespo, por su parte, afirma la necesidad de tratar de entender cómo las revistas intervinieron en su presente y cómo se posicionaron en los debates políticos, culturales y estéticos 6 . En la misma línea, Beigel considera fundamental reconstruir el universo discursivo de la época, siguiendo el proceso de definiciones ideológicas que la revista contribuyó a llevar a cabo 7 . Nuestro análisis tendrá en cuenta estos elementos, y los adaptaremos a los intereses específicos de la investigación.
Con este trabajo buscamos relevar la necesidad de examinar las relaciones entre la Revolución Cubana y la “vía chilena”, para reconocer proyectos compartidos, influencias mutuas y tensiones. Este tema ha sido poco estudiado por la historiografía y hay una tendencia a enfocar las investigaciones en la dimensión diplomática, utilizando principalmente documentos producidos por organismos de relaciones exteriores y discursos de líderes políticos 8 . Aunque Pedemonte 9 , en un texto reciente, da a entender que la nueva política internacional cubana respondió a la necesidad de recuperar su prestigio menoscabado por el Caso Padilla -cuando una parte importante de los intelectuales latinoamericanos y europeos retiró su apoyo al régimen-, prácticamente no hay análisis centrados en las relaciones mantenidas por Chile y Cuba en el campo cultural. Son excepciones los trabajos de Del Valle Dávila y Aguiar sobre el ámbito cinematográfico, los cuales recalcan la tensión entre las dos vías revolucionarias 10 . Así, al trabajar con la prensa de la época, conectando revistas culturales de los dos países, adoptamos un enfoque inédito.
El texto empezará con breves consideraciones sobre las vías cubana y chilena, seguidas de la presentación de las dos revistas. Paralelamente, contextualizaremos el debate cultural de la época, relacionándolo al momento vivido por la Revolución Cubana, marcado por la hegemonía del discurso antintelectual. Finalmente, examinaremos cómo aparece el tema del intelectual revolucionario y el proyecto político de cada país en CA y LQR.
Chile y Cuba: dos caminos para el socialismo en América Latina
En su clásico Historia del Siglo XX, el historiador Eric Hobsbawm comenta que “lo que sorprendió tanto a los revolucionarios como a quienes se oponían a la revolución fue que, después de 1945, la forma más común de lucha revolucionaria en el tercer mundo -esto es, en cualquier lugar del mundo- pareciese ser la guerra de guerrillas” 11 , cuyas tácticas fueron propagadas por ideólogos críticos de la política soviética. Esta tendencia se intensificó después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), realizado entre el 14 y el 26 de febrero de 1956, cuando se denunciaron los crímenes del régimen estalinista. El evento también estuvo marcado por la tesis de la “coexistencia pacífica” entre los bloques capitalista y socialista, planteándose que la lucha violenta no era inevitable para la transición al socialismo.
El congreso repercutió en la izquierda mundial de diferentes maneras. Por una parte, la URSS perdió el monopolio del llamado revolucionario. Como resultado de esta situación y en algunos casos en franca oposición a los postulados soviéticos, una serie de rebeliones y revoluciones guerrilleras tuvieron lugar en el llamado Tercer Mundo a partir de fines de la década de 1950. Entre ellas, la Revolución Cubana del 1 de enero de 1959 contra la dictadura de Fulgencio Batista, “un movimiento relativamente pequeño […] atípico pero victorioso, el que llevó la estrategia guerrillera a las primeras páginas de los periódicos del mundo entero” 12 .
Por otra parte, estaban los partidos comunistas que, aunque afectados por las denuncias contra Joseph Stalin, aceptaron la nueva estrategia revolucionaria adoptada por el PCUS, alzando la bandera de la vía pacífica o no armada al socialismo. En el caso chileno, es importante observar que la política de alianzas electorales ya venía siendo llevada a cabo por el Partido Comunista (PCCh) desde la década de 1930, cuando el partido se unió al Frente Popular, una coalición de centroizquierda que eligió al presidente radical Pedro Aguirre Cerda en 1938. El historiador Marcelo Casals demuestra que, aunque enfrentando una fuerte resistencia de otras organizaciones, incluso de su principal aliado, el Partido Socialista (PS), el PCCh logró imponer su estrategia hasta la elección de Allende 13 . Aprobado el 17 de diciembre de 1969, el Programa Básico de Gobierno de la Unidad Popular postulaba la solidaridad con los países socialistas, incluido el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba, país considerado como la vanguardia revolucionaria del continente 14 .
Según el economista e historiador Jorge Castañeda, la Revolución Cubana causó una división en la izquierda latinoamericana “en pro cubanos y todos los demás: ortodoxos, comunistas pro soviéticos, defensores de los gobiernos locales, y partidarios de la noción de una alianza con la ‘burguesía nacional’” 15 . La esencia de la innovación cubana se podría resumir en algunas tesis que tenían como premisa teórica lo que se denominó Teoría de la Dependencia:
En síntesis, esta perspectiva postulaba el estatuto virtualmente neocolonial del hemisferio, el carácter disfuncional del capitalismo en la región y la consiguiente impotencia histórica de las clases empresariales locales, la inexistencia de canales democráticos de expresión y reforma, y la inviabilidad de cualquier forma de desarrollo no socialista 16 .
Una de las tesis postulaba que la revolución, cuyo carácter sería necesariamente continental y socialista, solo resultaría victoriosa mediante la lucha armada, en oposición a las “vías pacíficas” tradicionales. Así, “la consideración táctica clásica de cómo lograr el poder se convirtió en un precepto estratégico. De hecho, con el tiempo, se convirtió en la premisa estratégica” 17 . Como consecuencia de estos postulados, quedaba deslegitimado cualquier intento que se basara en el establecimiento de alianzas con sectores de la burguesía nacional para reformar el aparato estatal.
Autores como Harmer y Pedemonte señalan que cuando Allende llega a la presidencia de Chile la política internacional cubana no era la misma de los años de la Conferencia Tricontinental (1966) y del Congreso de la OLAS (1967), en los cuales se hizo manifiesta la estrategia de exportación de su modelo revolucionario. A partir de 1968, Cuba reconoció la posición de liderazgo de la Unión Soviética en el movimiento comunista internacional y tendió a priorizar las relaciones con los gobiernos latinoamericanos en detrimento del apoyo a movimientos clandestinos. Allende y Castro adoptaron la estrategia de apoyarse mutuamente e insistir en que, si bien de diferentes maneras por las especificidades nacionales, buscaban lograr el mismo objetivo 18 . Pero la intención de iniciar una era de unidad entre los dos países a favor de la implementación del socialismo en el continente no impidió que aparecieran diferencias y tensiones entre las dos vías revolucionarias.
Eso se hizo evidente durante la visita diplomática que realizó Castro a Chile en noviembre de 1971. Aunque en sus discursos públicos el líder cubano manifestara su apoyo al gobierno de la UP e insistiera en señalar las especificidades del contexto chileno, las comparaciones con la Revolución Cubana -tomada por muchos actores políticos como un modelo 19 - eran inevitables. La inusual duración de la visita, de más de tres semanas, representó un desafío para el gobierno de la UP y contribuyó a la intensificación de la polarización política en el país. Si en un primer momento Castro logró mantener una postura más conciliadora, los constantes ataques de la derecha lo llevaron a radicalizar su crítica a la “oposición fascista” y a la “democracia burguesa”, colocando en jaque a la “vía chilena” 20 . Así, aunque Castro insistiera en la necesidad de la unión de la izquierda como única forma de llevar el proceso adelante, esto parecía impracticable en aquel contexto.
Antes de la visita de Castro, la diferencia entre las dos vías revolucionarias fue abordada en una serie de entrevistas que Allende concedió al intelectual francés Régis Debray entre diciembre de 1970 y enero de 1971. Las entrevistas fueron incluidas en el documental Compañero Presidente (1971), dirigido por el cineasta Miguel Littin. Según el análisis realizado por Del Valle Dávila y Amaral.
En la película, Debray juga el rol de contraparte frente al presidente y proyecto democrático chilenos, no solo por su papel como entrevistador sino también por su condición previa de teórico de la lucha armada […]. El debate es caracterizado por la radicalidad de las diferencias de proyecto expuestas, lo que lleva a una tensión evidente entre la atmosfera esperanzadora que Allende busca enaltecer y el escepticismo respecto al proceso político de UP expresado por Debray 21 .
Las entrevistas también revelan que la validez de la “vía chilena” es permanentemente cuestionada por Debray, quien prácticamente asume un rol de fiscal revolucionario. Allende, a su vez, al formular sus explicaciones y justificaciones, insiste en que “cada pueblo tiene su propia realidad y frente a esa realidad hay que actuar. No hay recetas” 22 .
Los intentos por acercar los dos modelos y sus consecuentes tensiones también se manifestaron en las páginas de las revistas CA y LQR. A continuación, presentaremos estas dos publicaciones destacando sus relaciones con los gobiernos de sus respectivos países y sus posicionamientos frente a la “cuestión cultural” a principios de los setenta.
Casa de las Américas y el antintelectualismo
Casa de las Américas es una revista aún en circulación, publicada por la institución de mismo nombre, fundada poco después del triunfo de la Revolución Cubana, en 1959. Esta iniciativa era parte de un esfuerzo del régimen para insertar la producción cultural en el nuevo Estado, que pretendía desarrollar y popularizar ampliamente los bienes culturales 23 . Además de democratizar los lenguajes artísticos, se consideró necesario crear espacios de producción que pusieran en diálogo a los diferentes sectores de la sociedad cubana. Más que eso, la propuesta cultural de la revolución abarcaba un concepto de cultura común a los países latinoamericanos, basado en la noción de una identidad conferida por procesos históricos compartidos.
Con el objetivo de formar una institución que fuera a la vez cubana y latinoamericana y, por lo tanto, contribuyera a romper el aislamiento de la isla en la esfera cultural, la institución Casa de las Américas fue dirigida por Haydée Santamaría (1959-1980), Mariano Rodríguez (1980 -1986), Roberto Fernández Retamar (1986-2019) y Abel Prieto Jiménez (2019-). La revista comenzó a publicarse en 1960, anunciando que era bimestral, aunque su periodicidad fue irregular en los primeros cinco años y pasó a ser trimestral en la década de 1990. Al principio, la revista fue dirigida oficialmente por Haydée Santamaría, pero en varios números, especialmente desde el 15-16 (noviembre de 1962 - febrero de 1963), se hacen referencias a un consejo editorial encabezado por el poeta Antón Arrufat 24 . En 1965 (N° 30), el escritor Roberto Fernández Retamar asumió la dirección de la revista, que pasó a contar con un Comité de Colaboración compuesto por intelectuales cubanos y extranjeros y a dar mayor énfasis a las discusiones sobre los problemas políticos de la revolución 25 .
El diseño de CA llama la atención: formato cuadrado, portadas coloridas y arte gráfico marcado por experimentos plásticos que hicieron famosos a diseñadores y artistas cubanos de la época, especialmente al director artístico Umberto Peña. La revista abordó varios temas culturales y artísticos en artículos, reseñas, notas y ensayos, distribuidos en secciones que se han establecido o desaparecido a lo largo de su existencia. Los tirajes revelan un éxito creciente: empezó con dos mil copias en 1960; en 1962 ese número se duplicó, llegando a nueve mil en 1965; en la década de 1970 alcanzó las doce mil copias y las quince mil en la siguiente 26 .
CA trajo en su propio proyecto editorial la perspectiva de afirmarse como un centro de aproximación e intercambio intelectual y cultural entre los diferentes países de América Latina. La revista fue responsable de organizar un debate que favoreció el diálogo entre los interlocutores del continente, abordando diferentes preguntas planteadas por el proyecto socialista. Así, esta revista se configuró como un importante punto de contacto y promoción de la producción cultural latinoamericana, ayudando a formar una red intelectual capaz de circular discursos, nociones e ideas políticas y culturales en una perspectiva de izquierda.
Con respecto a sus relaciones con el gobierno, Nadia Lie, Idalia Morejón Arnaiz y Mariana Villaça destacan la condición “privilegiada” de instituciones como la Casa de las Américas y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), que pudieron funcionar de manera relativamente autónoma en términos administrativos e ideológicos 27 . Pero esta autonomía relativa fue disputada y minimizada en ciertos momentos, lo que, sumado a las luchas de poder entre los intelectuales que participaban de la publicación, influyó profundamente en las concepciones defendidas en sus páginas. La revista atravesó diferentes fases durante su existencia, las cuales han sido identificadas y analizadas en obras de Morejón Arnaiz, Lie, Hans-Otto Dill y Rafael Rojas 28 . En este trabajo, nos centraremos en la construcción de lo que se ha denominado discurso antintelectual, lo cual se volvería hegemónico en CA a fines de los años sesenta.
Rojas argumenta que en los procesos revolucionarios hay un período inicial de entusiasmo, que une a los líderes políticos y las vanguardias artísticas. En el caso de la Revolución Cubana, el autor señala que el “encanto” de los primeros momentos disminuyó a medida que el régimen pasó a dictar políticas destinadas a regular el campo cultural y enmarcarlo en el proyecto revolucionario. Por lo tanto, intelectuales y políticos estuvieron unidos en el momento del triunfo en 1959 y, a lo largo de la década de 1960, se fueron alejando como resultado de una serie de eventos y conflictos ideológicos que culminaron en la ruptura de parte de los intelectuales con el régimen en el comienzo de los años setenta 29 .
Reclamando participación política, muchos escritores y artistas afirmaron su compromiso con la revolución y la construcción del socialismo en Cuba. Ante la demanda de una cultura revolucionaria, estos actores se encontraron con una serie de cambios y concesiones que provocaron reacciones de diferentes tipos. En este contexto, aumentaron y se extendieron los debates y las discusiones sobre la libertad de expresión que rodearon la siguiente cuestión: ¿cuál es la función social del intelectual en la revolución? De acuerdo con Lie, este fue un tema central en CA desde 1965, cuando Retamar asumió la dirección 30 . La autora reconoce algunas fases en el discurso de CA sobre la “cuestión intelectual” y plantea que hasta 1970 coexistieron en la revista diferentes perspectivas sobre el tema, variando la correlación de fuerzas en cada momento.
En medio de tales posiciones se encontraba un discurso de rechazo y deslegitimación de la postura del intelectual que se volvía crítico del régimen, exigía libertad artística y luchaba contra el creciente control político sobre su oficio. El discurso antintelectual se configuró, entonces, sobre la afirmación de un modelo de actuación cultural y política dentro de las premisas revolucionarias y estableció la condena de aquellos que no mostraran alineamiento con la conducta esperada por el régimen 31 . Este discurso se manifestó en episodios tales como la prohibición del documental P.M. y el discurso Palabras a los intelectuales, de Fidel Castro, ambos de 1961. Desde 1968 en adelante, las fricciones entre intelectuales y líderes políticos cubanos se multiplicaron y la presión social sobre los primeros creció. Aunque una encuesta publicada por CA en 1966, titulada El papel del intelectual en los movimientos de liberación nacional 32 , ya contenía principios antintelectuales explícitos, Gilman identifica en una mesa redonda publicada en CA N° 56 su formulación explícita:
En ese encuentro puede decirse que el antiintelectualismo adquiere su filosofía y su clímax; uno de los principales postulados allí esbozados consiste en la aceptación de la superioridad de la dirigencia política y en la afirmación de que el intelectual revolucionario es quien acepta, precisamente, esta superioridad 33 .
Aunque sin utilizar el concepto de “anti intelectualismo”, Lie también identifica en esta mesa redonda la hegemonía de lo que denomina “discurso Otero” y “discurso Retamar II”, caracterizados por la reivindicación de unidad entre el pensamiento y la acción, la relativización de la función específica del intelectual y la dualidad “revolucionario/ contrarrevolucionario” 34 . Según esta perspectiva, en una sociedad revolucionada, el intelectual debía transformarse, adaptarse a un nuevo tipo de acción social, abandonando la función privilegiada de “conciencia crítica” de la sociedad para convertirse en un trabajador más al servicio de la revolución. Así, lo que valoraba y definía al “verdadero” intelectual, el intelectual revolucionario, era la voluntad de trabajar en favor del desarrollo de un bien colectivo, ya no individual.
El antintelectualismo se basa, por lo tanto, en operaciones verbales: define diferentes tipos dentro del grupo intelectual; menosprecia los que no están de acuerdo con una conducta de trabajo sujeta a la interferencia política en el campo cultural; autoriza y legitima a quienes actúan de la manera esperada para la construcción de un proyecto revolucionario específico. Lie afirma que este discurso estaba presente en las altas zonas institucionales del mundo cubano y que su máxima canonización ocurrió en 1971, en el contexto del Caso Padilla y el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura 35 . Tales episodios significaron la entrada de CA en una nueva fase, caracterizada por su alineamiento con las directrices oficiales, que subordinaban la cultura a la política.
Caso Padilla y Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura: repercusiones en CA y en Chile
El Caso Padilla se remonta a 1967, cuando el suplemento literario El Caimán Barbudo publicó un texto del poeta Herberto Padilla que defendía la obra Tres Tristes Tigres, del escritor exiliado Guillermo Cabrera Infante, y criticaba a Pasión de Urbino de Lisandro Otero, entonces vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura (CNC). El artículo fue criticado por la dirección del suplemento y por la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba (UJC), la responsable de la publicación. Al final de esta primera controversia, que persistió por varias ediciones, Padilla fue despedido de su trabajo en el periódico Granma y la UJC apartó a los escritores de la dirección de El Caimán Barbudo en enero de 1968 36 .
Dos meses después, el poemario Fuera del Juego, de Padilla, fue premiado en el IV Concurso Literario de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El jurado, compuesto por intelectuales cubanos y extranjeros, recibió una advertencia de la UNEAC, que clasificó la obra de Padilla como políticamente conflictiva, basada en elementos ideológicos contrarrevolucionarios 37 . La revista Verde Olivo, publicación oficial de las Fuerzas Armadas, también tomó parte en la controversia, atacando a Padilla y los concursos organizados por UNEAC y Casa de las Américas.
En los años siguientes, Padilla, que estaba bajo vigilancia policial, continuó criticando al régimen en textos y conversaciones privadas. La situación se prolongó hasta marzo de 1971, cuando él y su esposa, la poetisa Belkis Cuza Malé, fueron arrestados y acusados de actividades subversivas. Después de permanecer incomunicado por aproximadamente cuarenta días y ser sometido a interrogatorios, Padilla escribió una autocrítica afirmando que había conspirado contra la revolución, la cual leyó en la UNEAC el 27 de abril, frente a decenas de escritores y artistas. El caso tuvo repercusiones internacionales: intelectuales de renombre publicaron cartas de protesta dirigidas a Fidel Castro en el periódico mexicano Excelsior, en el francés Le Monde y en el español Madrid.
Paralelamente al arresto y la autocrítica de Padilla, se realizó el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura en La Habana entre el 23 y el 30 de abril de 1971. Como observa Villaça, la proximidad de los dos eventos sugiere que Padilla fue usado como un ejemplo, con el fin de desalentar a los intelectuales que aún mantenían una postura crítica hacia el régimen 38 . Las resoluciones del Congreso determinaban que el intelectual debía responder política e ideológicamente a los compromisos planteados por la revolución, descartando la posibilidad de que actuara como “conciencia crítica” de la sociedad. Este rol le tocaría al pueblo cubano “y, en primer término, a la clase obrera […] capaz de comprender y juzgar con más lucidez que ningún otro sector social los actos de la Revolución” 39 .
En el discurso de clausura del evento, Fidel Castro dividió la intelectualidad en dos grupos antagónicos: “revolucionarios” y “burgueses” o “agentes del imperialismo”. En esta última categoría, incluyó a los intelectuales extranjeros que inicialmente se posicionaron en favor de la revolución, pero luego revelaron su cara “reaccionaria” al cuestionar la radicalización del proceso. El discurso también estableció directrices para las obras de arte, cuya función debería ser la de un “arma” al servicio de la revolución, útil para el pueblo, condicionando el criterio estético a las determinaciones políticas 40 . Las manifestaciones artísticas deberían ser didácticas y reflejar el momento de construcción del socialismo en Cuba. Aquí hay una aproximación al realismo socialista soviético, aunque este género era ampliamente criticado en la isla 41 .
Si entre 1968 y 1970 hubo una yuxtaposición de voces que representaban diferentes perspectivas en CA, desde 1971 en adelante la revista asumió explícitamente el discurso oficial del régimen. En su N° 65-66 -que recoge la autocrítica completa de Padilla y el discurso de Castro al final del congreso-, el comité de colaboración se disolvió, como resultado de las tensiones entre el gobierno y la intelectualidad internacional. La edición siguiente trajo una sección dedicada a documentos que respaldaban al gobierno cubano en aquel contexto. Denominada “Posiciones”, la sección empieza con una carta en la que Haydée Santamaría responde en tono acusatorio a la renuncia de Vargas Llosa al comité de colaboración de la revista. En la secuencia, hay mensajes enviados por intelectuales de diferentes partes del mundo, incluso una “Declaración Chilena”, cuyo contenido examinaremos más adelante.
La intelectualidad internacional reaccionó a los acontecimientos de abril de 1971 tomando posiciones públicas a favor o en contra del gobierno cubano. En el primer caso, se destacan nombres como los de Mario Benedetti, Oscar Collazos, Rodolfo Walsh, Germán List Azurbide y los chilenos Gonzalo Rojas y Carlos Droguett, además de declaraciones colectivas producidas en Cuba, Chile, Perú y Uruguay. El grupo de intelectuales que se opuso a las nuevas pautas culturales de la isla incluía a Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Marta Traba, Ángel Rama y el chileno Enrique Lihn. A estos nombres se sumaban los de los firmantes de dos famosas cartas dirigidas a Fidel Castro en 1971 42 .
En el Chile de la UP, las repercusiones del Caso Padilla y el Congreso Nacional de Educación y Cultura pueden seguirse en las páginas de la revista de actualidades Ahora, publicada semanalmente por la Editora Nacional Quimantú entre abril y diciembre de 1971. En los números 7 y 8, la revista publicó artículos sobre el Caso dedicados a recuperar cronológicamente los hechos, reproducir extractos de la autocrítica y presentar las posturas de intelectuales chilenos y extranjeros frente a la polémica. El escritor Antonio Skármeta, por ejemplo, firmó un texto defendiendo al gobierno cubano, negando que su actitud hubiera sido estalinista y criticando la actitud “burguesa” de Padilla y sus defensores extranjeros. Para él, las palabras de Fidel marcaban la apertura de una nueva era para los intelectuales: “el momento de readecuar su función en una sociedad revolucionaria” 43 .
A continuación de este artículo, se publicó la “Declaración Chilena” (más tarde reproducida en CA N° 67) firmada por Skármeta entre otros escritores, artistas visuales, cineastas, músicos y artistas de teatro. El documento manifestaba solidaridad con el gobierno cubano y coincidía con Fidel Castro sobre la “necesidad de incrementar los combates en contra del imperialismo ideológico y el colonialismo cultural”, lo que requeriría que los trabajadores de la cultura fueran responsables “no solo con su obra sino también con su actitud revolucionaria”. Los firmantes rechazaban el “concepto de libertad impuesto por la burguesía” y “la existencia de castas privilegiadas de intelectuales que se adjudican el monopolio de la verdad o de la consciencia crítica”. Finalmente, declaraban su apoyo al proceso cubano de “clarificación y profundización ideológicas” y afirmaban que la revisión de valores también debía promoverse en Chile, puesto que “ha llegado el momento de las definiciones y no hay ni habrá lugar para las posiciones intermedias” 44 .
La declaración reúne un total de 77 firmantes y una parte importante de ellos comenzaría a publicar textos en LQR en el año siguiente. Pero ¿significa esto que la revista chilena se alineó con las directrices cubanas y constituyó un vehículo de promoción del antintelectualismo en Chile?
La Quinta Rueda en busca de una política cultural
Como en el caso de CA, la tesis de la crítica literaria Beatriz Sarlo de que la creación de revistas culturales responde al deseo de intervenir en la coyuntura también se confirma en LQR 45 . La intención de publicar una revista para hacer política cultural 46 fue destacada desde su primera edición, evidenciando un propósito central: constituir un foro de discusión sobre la situación de la educación y las artes en Chile, proponiendo formas de renovar el campo cultural y exigiendo una participación más activa del gobierno para lograr este objetivo. De ahí su título irónico, que tenía por objetivo protestar contra la falta de compromiso estatal con la cultura, como si esta fuera la quinta rueda del auto, y no la delantera.
La expectativa de influir en el desarrollo de políticas culturales para Chile se basaba, por una parte, en la ausencia de directrices oficiales estrictas dirigidas al campo cultural y, por otra, en el discurso oficial de la UP, que garantizaba en su programa de gobierno un lugar de vanguardia para intelectuales comprometidos con el proyecto revolucionario 47 . Con la perspectiva de que “el artista iba a ayudar a poner las cosas en su lugar” 48 , escritores y artistas de diferentes disciplinas llenaron las páginas de LQR entre octubre de 1972 y agosto de 1973. La revista circulaba mensualmente, alcanzando nueve ediciones. Era dirigida por el periodista y crítico de cine Hans Ehrmann y su equipo inicial de editores lo componían Carlos Maldonado (crítico de teatro y miembro del Partido Comunista), Mario Salazar (sociólogo, cantante, productor musical y teatral, afiliado al Partido Socialista) y Antonio Skármeta (escritor y director de teatro, miembro del Movimiento de Acción Popular Unitaria, MAPU). Después de cinco ediciones, Salazar fue reemplazado por Alfonso Calderón, escritor que ya había publicado algunos textos en la revista. Se observa que, como en otras áreas vinculadas al gobierno, LQR asumió la política de “cuoteo”, que estipulaba la distribución equitativa de los puestos directivos entre los principales partidos de la UP 49 .
La composición del equipo editorial da luces sobre los supuestos y el contenido de la publicación. Primero, se trata de un grupo que apoyaba al gobierno y estaba vinculado a él, por lo que sus críticas a las iniciativas oficiales tenían la intención de ser constructivas. Segundo, la heterogeneidad de la actuación profesional de los editores explica la variedad de temas cubiertos por la revista (literatura, cine, música, teatro, artes plásticas, educación, entre otros). Por último, la afiliación de los miembros del consejo a diferentes partidos ayuda a entender la diversidad de posiciones expresadas en sus páginas 50 .
Los objetivos que motivaron la creación de LQR fueron abordados en su segunda edición, en el texto titulado “Planteamientos”, que funciona como una especie de editorial. Enfatizando que la revista nació en medio de una intensa confrontación de clase, refiriéndose al Paro de Octubre 51 , el texto declara su opción por el pueblo. También afirma que su propósito no era expresar el posicionamiento de un grupo específico, sino que constituir un espacio de debate abierto a todos los que “tengan algo que aportar al diagnóstico y desarrollo de nuestra realidad cultural” 52 .
Este discurso es cercano a la perspectiva predominante en CA hasta mediados de la década de 1960, que después dio lugar al silenciamiento de las “voces disonantes”. En este contexto, ¿qué intercambios y conflictos entre el modelo cubano y el chileno se pueden observar en las revistas CA y LQR?
Chile y los intelectuales chilenos en Casa de las Américas
En su estudio sobre CA, Lie argumenta que el triunfo de la UP en la década de 1970 fue problemático para el modelo revolucionario cubano porque reactivó el debate sobre la libertad en el socialismo. Por esta razón, la respuesta dada por la principal revista cultural cubana habría sido el silencio: la autora llama la atención sobre el hecho de que CA comenzó a publicar artículos sobre la situación chilena solo un año después de la victoria de Allende e identifica una nueva connotación establecida en sus páginas para el término “revolución”, que dejó de ser “vía” o “medio” para convertirse en “meta” o “fin” 53 .
Sin embargo, en la primera mitad de la década de 1970, CA dedicó dos ediciones especiales a Chile: los números 69 (noviembre-diciembre de 1971) y 83 (marzo-abril de 1974) 54 . La primera, publicada durante la visita de Fidel Castro a Chile, comienza con un homenaje al gobierno de la UP y al “revolucionario chileno Salvador Allende”, que habría inaugurado una nueva era en ese país, dando “un paso vigoroso hacia el socialismo” 55 . El texto afirma que había una “identificación de principios y metas” entre Chile y Cuba: “el combate final contra el imperialismo y por el triunfo del socialismo en toda la América nuestra: combate en que corresponde papel tan destacado y original, sitio de honor tan alto, a la estrella de Chile” 56 .
A continuación, se publicó el discurso pronunciado por Allende el 11 de julio de 1971 para anunciar la nacionalización del cobre; y un extracto de su “Primer mensaje al Congreso Pleno” (21 de mayo de 1971), correspondiente a la política internacional del gobierno que incluía el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba (“país hermano”). A estos documentos le sigue la sección “hechos/ideas”, que presenta tres ensayos de autores chilenos: dos sobre historia política nacional, firmados por los historiadores Hernán Ramírez Necochea y Julio César Jobet; y uno, del escritor Ariel Dorfman, sobre la narrativa chilena contemporánea. Las secciones que siguen son “nota”, en la cual el periodista argentino Jorge Timossi presenta un testimonio personal de la “experiencia chilena”; “letras”, que reúne textos literarios de veinticuatro escritores chilenos; “artes plásticas”, en que el chileno Miguel Rojas Mix y la cubana Adelaida de Juan presentan la “Exposición Chileno-Cubana de la Habana”, inaugurada en julio en la Casa de las Américas; y “cine”, que trae el artículo “El cine latinoamericano y el caso chileno” (no firmado). En las páginas finales se encuentran las tradicionales secciones “libros”, “otros libros recientes”, “al pie de la letra”, “últimas actividades de la Casa de las Américas” y “colaboradores/temas”, las cuales comienzan con comentarios sobre obras y eventos relacionados a Chile, y luego pasan a otros contextos. Se observa que la mayoría de los textos que componen la publicación están firmados por chilenos, que también aparecen destacados en las secciones genéricas.
Por el contrario, en CA N° 83 -que trae en su portada una referencia a la bandera chilena y el lema “Chile vencerá”- llama la atención la baja presencia de autores chilenos. Ninguno de los textos que componen la sección “hechos/ ideas”, dedicados a discutir y analizar el golpe de 1973, está firmado por chilenos, sino que por intelectuales cubanos. Una excepción es Armand Mattelart, sociólogo belga que trabajó profesionalmente en la Pontificia Universidad Católica de Chile hasta 1973, cuando fue extraditado. A su vez, en la sección “Homenajes”, de los veinticuatro breves textos publicados, solo cuatro son de escritores chilenos. Entre los homenajeados se encuentran el presidente Allende, que se suicidó el día del golpe, y el poeta Pablo Neruda, que murió de cáncer doce días después. Los poemas publicados en la sección destacan el heroísmo de ambos en oposición a las fuerzas reaccionarias, como lo ejemplifican los títulos “Salvador Allende, muerto en campaña”, escrito por el propio Roberto Fernández Retamar, y “Neruda murió de fascismo”, del peruano Alejandro Romualdo. En el caso de los dos textos que componen la breve sección “notas”, los autores son chilenos: el escritor Volodia Teitelboim, miembro del Comité Central del PCCh y senador durante la UP, y la estudiosa literaria Ana Pizarro.
El texto que abre este número especial rinde homenaje al “noble y generoso gobierno del heroico presidente Salvador Allende”, derrocado por el “más feroz fascismo”, expresa su solidaridad con el pueblo chileno y afirma la certeza de que las fuerzas “anti-Chile” serían derrotadas y el verdadero Chile, “el de los patriotas [...] vencerá definitivamente” 57 . También en esta edición, se reprodujo una declaración firmada por varios partidos de izquierda chilenos, la cual fue incluida a último minuto para ayudar en su difusión, tal como lo explican los editores. Este documento postula que el gobierno de la UP representó un cambio profundo e histórico para la sociedad chilena; asocia el golpe militar con la decisión de la burguesía nacional y el imperialismo de mantener sus privilegios; denuncia la violencia utilizada por la dictadura contra sus oponentes; y afirma que el pueblo y los sectores progresistas de la sociedad estaban decididos a resistir, uniéndose en un amplio frente de lucha para “aislar, contener y derrotar al fascismo” 58 .
Al examinar la presencia de Chile en CA entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, llaman la atención algunos datos. Además de la repetición de nombres en diferentes ediciones 59 , pareciera que una parte considerable de los chilenos que escribieron para la revista o cuya obra literaria fue publicada en “letras” o reseñada en “libros” habían firmado la “Declaración Chilena”. Existe, por lo tanto, un interés en difundir artistas y escritores chilenos que mantuvieron su apoyo al régimen cubano. En este sentido, es significativo que el nombre de Enrique Lihn haya desaparecido de la revista a partir de 1971, cuando el poeta defendió públicamente a Herberto Padilla en una carta abierta publicada en el semanario uruguayo Marcha 60 .
La búsqueda de CA por unir a los dos países a nivel cultural también es perceptible en la difusión de eventos organizados conjuntamente. Este es el caso de la “Exposición Chileno-Cubana de la Habana”, que incluyó obras de cinco artistas plásticos que firmaron la “Declaración Chilena”, y del acuerdo entre el ICAIC y Chile Films, empresa dirigida entonces por el cineasta Miguel Littin, que fue anunciado en CA N° 69. En el plano político, encontramos que CA evitó discutir abiertamente el camino elegido por la UP, esquivando comparaciones con el modelo cubano. Afirmando que habría una identificación de principios y metas entre los dos procesos, así como enemigos comunes (imperialismo, fascismo), la revista buscó transmitir la idea de una misma lucha que, tras el golpe en Chile, Cuba seguiría librando.
En vista del análisis realizado, entendemos que algunos argumentos desarrollados por Lie se deben poner en perspectiva. Inicialmente, nos parece que el “largo silencio” de la revista sobre la experiencia chilena no tuvo un significado especial, ya que, como señala la propia autora, CA ha presentado desde su fundación un retraso constante frente a los temas de la actualidad. La opción de dedicar un primer número a Chile probablemente se relaciona con la visita de Fidel Castro a este país, la cual fue ampliamente cubierta por la prensa. Lie también identifica en CA N° 69 una “actitud prudente delegando la palabra casi enteramente en autores chilenos, y recordando en su editorial que ‘cada trabajo expresa la opinión de su autor’” 61 . Sin embargo, esta nota se publicó por primera vez en CA N° 54 y se mantuvo desde entonces. Además, las dos ediciones posteriores al primer número dedicado a Chile siguieron el mismo modelo, enfocándose en Puerto Rico (N° 70) y luego Panamá (N° 72), priorizando también textos de autores locales. En otras palabras, no podemos inferir de estos datos una distancia tomada por la revista en relación con la “vía chilena”.
Aunque no estamos de acuerdo en que la edición 83 representó una “súbita atención por Chile después del golpe”, coincidimos con Lie cuando la autora afirma que hubo una recuperación a posteriori del experimento chileno, destinada a reafirmar los postulados políticos de los líderes cubanos 62 . Pero, incluso en este caso, es importante percatarse de que, en lugar de señalar cuál debía ser la forma de lucha de la izquierda chilena, la revista difundió la declaración firmada por los partidos chilenos 63 .
La Quinta Rueda y el antintelectualismo cubano
Cuba también estuvo presente en LQR. Tres de las nueve ediciones de la revista incluyen textos de autores cubanos: la tercera, que trae un breve texto de Roberto Fernández Retamar sobre la Revolución Cubana; la quinta, que se encierra con un cuento de Lisandro Otero; y la octava, un número especial en homenaje al vigésimo aniversario del asalto al cuartel Moncada. Por lo tanto, no solo los autores cubanos pudieron publicar en LQR sino también el propio proceso revolucionario de la isla fue tema en la revista.
Si CA demostró estar alineada con las directrices oficiales y contribuyó a excluir a los intelectuales críticos del régimen, LQR se caracterizó por la apertura a diferentes posiciones. El consejo editorial de la revista y sus principales colaboradores adoptaron una postura moderada, y postularon como principal objetivo que el Estado comenzara a organizar y estimular -pero no subordinar- la producción cultural. Esta actitud expresaba “el ideal de un arte arraigado en el proceso socialista, pero al mismo tiempo libre, provocador y no sectario” 64 , en consonancia con la “vía chilena”. Por consiguiente, las nueve ediciones estuvieron marcadas por una pluralidad de voces, abarcando críticas y propuestas de diferentes tipos para el gobierno de la UP, así como diferentes puntos de vista sobre la “cuestión intelectual”.
El primer número de LQR trae en sus primeras páginas la transcripción del discurso pronunciado por Pablo Neruda en el PEN Club de Nueva York en abril de 1972. El poeta venía manteniendo relaciones tensas con Cuba desde la publicación de la “Carta abierta a Pablo Neruda”, en 1966, en la cual decenas de intelectuales cubanos lo criticaron por su participación en el congreso del PEN Club y por haber aceptado un premio otorgado por el entonces presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry. Según el escritor Jorge Edwards, quien era su secretario, Neruda estaba seguro de la influencia del propio Fidel Castro en la elaboración de la carta, que cumpliría la función de una advertencia al PCCh, criticado por adoptar la “vía pacífica” 65 . Desde entonces, el poeta decidió nunca volver a la isla, promesa que cumplió incluso durante el gobierno de Allende, cuando la UNEAC intentó invitarlo.
En el texto publicado en LQR, Neruda analiza los intentos de negociar la deuda pública chilena, acusando a los banqueros y empresarios estadounidenses de intentar impedir el éxito del proceso chileno. Al mismo tiempo, reconoce la importancia de los escritores estadounidenses y defiende la unión de los escritores de todos los países, independientemente de sus tendencias o creencias, para formar una “comunidad ininterrumpida y universal de pensamiento”. En ciertos pasajes que reafirman la opción por la vía no armada y democrática, identificamos una crítica implícita al autoritarismo del gobierno cubano 66 .
El cineasta cubano Julio García Espinosa, por su parte, defiende un punto de vista antagónico en el texto que inicia la octava edición de LQR. El autor convoca a hacer un uso revolucionario de los medios de comunicación de masas, en los cuales reconoce un potencial educativo y democratizador. Rechazando el argumento de que estos eran un problema en sí mismos, Espinosa afirma que lo que estaba en cuestión era la negativa por parte de los intelectuales “tradicionales” a perder sus privilegios y abandonar el arte individualista. En el socialismo, los medios de comunicación serían el camino que se abre a los intelectuales para su proletarización, proceso cuya premisa sería la desaparición de la “unión” de artistas e intelectuales, tal como es postulado en el título del texto: “Intelectuales y artistas del mundo entero: ¡desuníos!”. Hay aquí una crítica a la idea de una “aldea global”, cuya referencia cultural sería el Primer Mundo. Espinosa hace un llamado a los artistas cubanos y latinoamericanos a enfocarse en los problemas de sus países para producir un arte “no populista”, “no alienado” y dirigido a la construcción del socialismo, y afirma que eso solo sería posible con la ruptura de la noción tradicional de intelectual, vinculada a una concepción elitista de la cultura 67 .
Esta perspectiva también está presente en otros textos publicados en la misma edición de LQR, que estaba dedicada a homenajear a la Revolución Cubana. Uno de ellos, escrito por el artista chileno Miguel Rojas Mix, aborda la gráfica cubana posterior a la revolución, asociándola al proyecto de construir una nueva ética que transmitiera valores morales de manera didáctica. Rojas aclara que eso no implicaba la imposición de límites formales; por el contrario, “la gráfica cubana ha resuelto el conflicto entre el arte político social y el lenguaje plástico de vanguardia”. Su función era, sobre todo, comunicar. El autor cita dos discursos de Fidel Castro 68 para defender la transformación del artista en un “trabajador del arte”, cuya obra fuera útil al proceso revolucionario. Argumenta, además, que solo había dos funciones legítimas para el artista auténticamente revolucionario: transmitir mensajes políticos en sintonía con la ideología oficial y contribuir a elevar el nivel cultural del pueblo. En otras palabras: producir panfletos políticos y hacer el arte accesible a las masas, dos funciones de carácter educativo 69 .
[…] una tendencia que erige a la literatura como un mundo propio y autosuficiente, capaz de ofrecer una atmósfera de libertad espiritual y de olvido de las contingencias históricas a través de un mundo ficticio, donde la palabra emerge sacral y mágica con poderes de salvación para su creador y otra tendencia anti-esteticista, orientada hacia el prosaísmo y lo coloquial como un modo de llegar a las entrañas de los hechos históricos concretos. La primera tendencia encuentra su principal temática en la evocación del pasado en los mundos interiores y también en la literatura fantástica. La segunda en los conflictos, contradicciones y esperanzas del presente y en los seres humildes y en las situaciones cotidianas 70 .
La literatura, por lo tanto, no debía ser un medio de evasión, sino de enfrentamiento a la realidad y uno de sus recursos transformadores. Desde esta premisa, Santander defiende la actitud del gobierno cubano en el contexto del Caso Padilla. Aunque reconoce que el nivel de la poesía de Padilla era “alto y logrado para expresar un conflicto individual”, este conflicto no representaría a la sociedad cubana en su conjunto y fácilmente podría ser aprovechado por los enemigos de la revolución 71 .
Fuera de la octava edición, el antintelectualismo se manifiesta en LQR en un texto del director de CA, Roberto Fernández Retamar. El autor recuerda que la Revolución Cubana no fue socialista desde el principio, probablemente en un intento de establecer paralelos con el contexto chileno, y argumenta que la política cultural socialista solo podía comenzar a diseñarse una vez que la revolución ya fuera socialista. El proceso de transformación cultural se llevaría a cabo mediante la transformación de los “intelectuales tradicionales” - “pequeñoburgueses que se consideran pequeños dioses” 72 - en “intelectuales orgánicos”, a través de su proletarización. Según Fernández Retamar, las críticas dirigidas al gobierno cubano serían esperadas, ya que la radicalización del proceso, al poner a las clases populares cada vez más en primer plano, contradecía a las clases acostumbradas a sus antiguos privilegios 73 .
En la misma edición fue publicado un texto del escritor chileno José Rodríguez Elizondo sobre las compañías de teatro nacionales, que él acusa de mantenerse al margen de la “cuestión social”, abordando temas que no encontrarían paralelo en las situaciones vividas por la mayoría de la población. Esto representaría un cambio de enfoque en relación con el teatro anterior a la victoria de la UP, cuando los dramaturgos y actores se comportaban como conciencia crítica de la sociedad y manifestaban insatisfacción con el statu quo. Elizondo parece estar de acuerdo con Retamar al criticar el elitismo del teatro nacional, afirmando que “hay que empujarlos al trabajo nuevo en las nuevas condiciones para que, por último, nos cuenten qué es lo que sienten los pequeños burgueses exquisitos cuando el mundo de explotación, al que servían sin querer, se derrumba en su derredor”. Si los profesionales del teatro siguieran callados “cuando el pueblo empieza a cantar, será hora de decirles adiós, preparando el camino para los que vendrán después de nosotros” 74 .
La respuesta de los actores y dramaturgos llegaría dos ediciones más tarde, cuando el escritor Carlos Olivárez entrevistó a representantes de las principales compañías de teatro de la época. En su respuesta, Edmundo Villarroel afirmó que el teatro no se enfocaba en la contingencia política porque los hechos se sucedían rápidamente, tornando obsoleta cualquier lectura inmediata de la realidad. Para él, la crítica de que el teatro no tenía una orientación ideológica venía de “funcionarios de la cultura” que siempre exigían panfletos políticos. Para Alejandro Sieveking, el teatro había sido políticamente más explícito antes de Allende debido a la polarización política; ahora sería el momento de convencer a quienes todavía no apoyaban el proceso, en lugar de enfocarse en aquellos “ya convertidos”. Por su parte, Nissim Sharim cuestionó las premisas en que se basó el análisis de Rodríguez Elizondo, planteando que el criterio apropiado para medir la evolución ideológica de un grupo de teatro era su entrega al trabajo, su método, su estilo de producción y la profundidad de sus concepciones artísticas, es decir, “su capacidad para percibir y expresar estilizadamente la conducta humana, la realidad” 75 . Al final de la entrevista, se evidencia la crítica del entrevistador a la supuesta falta de compromiso político del teatro de Santiago y, a su vez, la negativa de los actores y dramaturgos en producir obras panfletarias 76 .
Si el discurso antintelectual no es evidente en esta entrevista, no se puede decir lo mismo del texto del escritor Víctor Torres publicado en la misma edición. Premiado en el Concurso Casa de las Américas de 1973, Torres escribió sobre su carrera como dramaturgo y el papel del teatro en el proceso chileno. Él reconoce su origen pequeñoburgués y critica a intelectuales como Egon Wolff y Jorge Díaz, a quienes considera exponentes del teatro burgués, mientras que el “dramaturgo proletario” Acevedo Hernández sería un ejemplo para los que querían contribuir a la revolución. Para Torres, los dramaturgos chilenos se sentían perdidos en aquel momento, ya que su “musa inspiradora los abandonó en los albores de 1971”. O sea, con el pueblo tomando el lugar de protagonista en la historia, los autores progresistas que se dedicaban a abordar los dramas de clase media perdieron su referencia. Aquel sería el momento de explorar con fuerza el tema de la lucha de clases, como Torres lo había hecho en “Una casa en Lota Alto”, producto de una investigación llevada a cabo en la zona carbonífera 77 .
Como vimos en los casos de Neruda y los artistas de teatro entrevistados, estas concepciones no eran compartidas por todos quienes publicaron textos en la revista. Por ejemplo, en una encuesta sobre política cultural, Volodia Teitelboim afirmó que la “tarea cultural” era una responsabilidad colectiva y debería desarrollarse dentro de los principios de la “Revolución Chilena”, como el pluralismo y la libertad de creación. Al abordar la cuestión de la participación de los intelectuales, el escritor comunista los invita a dar su opinión sobre el problema cultural, alejándose del discurso que los deslegitimaba 78 .
Los textos comentados demuestran la diversidad de posiciones que coexistieron en LQR con respecto la “cuestión intelectual”. Observamos lo mismo al examinar la lista de autores que publicaron en la revista. El hecho de que casi no hay críticos declarados de la política cultural del gobierno cubano 79 no debe entenderse como un síntoma de la adhesión de la revista a sus postulados. En primer lugar, es necesario considerar que los textos que discutieron el tema explícitamente representan una pequeña porción del total de artículos publicados en las nueve ediciones. El objetivo de la publicación era discutir la situación nacional y su foco recayó en cuestiones prácticas, como la necesidad de una mayor inversión estatal en el campo cultural y la difusión de iniciativas llevadas a cabo por artistas y organizaciones sociales con fines de democratización.
En segundo lugar, a los textos que enaltecían la política cultural cubana no les fue dada mayor importancia que a otros artículos publicados, como lo demuestra el hecho de que el texto de Fernández Retamar no está anunciado en la portada de la tercera edición. En el caso de la edición en homenaje al aniversario del asalto al cuartel Moncada, la revista no se limita al contexto cubano, dedicando aproximadamente un tercio de sus páginas a otros temas. La comparación de estas dos partes de la edición revela que los textos que adoptan una perspectiva explícitamente antintelectual fueron escritos principalmente por autores extranjeros. Como concluyó Zan, “Dedicar um número a Cuba não significava aceitar o modelo cubano e suas propostas de política cultural, mas compreendê-lo e respeitá-lo por aquilo que proporcionou à ilha e à América Latina. Seria uma homenagem à sua condição de produtora cultural ativa” 80 .
A la luz de esta interpretación, podemos entender mejor el apoyo incondicional ofrecido al gobierno de Fidel por muchos intelectuales chilenos, explícito en la “Declaración Chilena” que fue firmada por dos editores de LQR (Carlos Maldonado y Antonio Skármeta). Aunque este documento, escrito al calor de los acontecimientos, señalaba a Cuba como un modelo a ser seguido por Chile, la comparación de su contenido con producciones posteriores de muchos firmantes sugiere que se buscaba principalmente expresar solidaridad con el proceso revolucionario de la isla cuando este pasaba por un momento difícil, sin una intención real de aplicar sus directrices al campo cultural chileno. Como lo revela el análisis de LQR, aunque es posible observar la radicalización del discurso por parte de algunos actores del período, prevaleció la búsqueda de un proceso cultural basado en la realidad nacional y coherente con el proyecto político de la UP.
Conclusiones
En la canción “A Cuba”, difundida en el contexto electoral de 1970, el músico Víctor Jara le rinde homenaje, en un ritmo de son-guajira, a la Revolución Cubana, tomada como un ejemplo para los otros países del continente: “Si yo a Cuba le cantara, / le cantara una canción / tendría que ser un son, / un son revolucionario, / pie con pie, mano con mano, / corazón a corazón, / [...] / qué más te puedo ofrecer, / sino continuar tu ejemplo, / comandante compañero, / viva tu revolución”. En el transcurso de la canción, el límite de esta aproximación entre los contextos chileno y cubano es delimitado: “Como yo no toco el son / pero toco la guitarra / que está justo en la batalla / de nuestra revolución / será lo mismo que el son / que hizo bailar a los gringos, / pero no somos guajiros / nuestra sierra es la elección”. Como observa el historiador Claudio Rolle, esta canción es representativa de la forma en que Jara “se integra con entusiasmo al proyecto de hacer una revolución a la chilena” 81 , convirtiéndose, junto con otros músicos de la Nueva Canción, en un gran promotor de la UP.
En este sentido, al contrario de lo que dan a entender su título, ritmo y versos iniciales, no se trata de una canción sobre Cuba, sino sobre Chile, más específicamente, sobre la “vía chilena”. Esta estrategia también se puede observar en las revistas aquí estudiadas. Cuando hablan del “otro”, están hablando primero de sí mismos, es decir, de su propio contexto nacional. Vinculadas institucionalmente con los gobiernos cubano y chileno, respectivamente, CA y LQR buscaron contribuir al proyecto socialista e influir en sus rumbos en la esfera cultural. Con este fin, mantuvieron un diálogo con experiencias desarrolladas en otros contextos, pero afirmando la vía revolucionaria elegida. En otras palabras, en ninguno de los casos tematizar al otro país significaba señalarlo como un modelo a seguir.
Podemos reconocer importantes acercamientos y distanciamientos en los discursos de CA y LQR. Ambas se crearon en la fase inicial de los regímenes políticos a los que estaban vinculadas compartiendo características comunes, como la diversidad de discursos que coexisten en sus páginas. Cuando la UP llegó al gobierno y se creó LQR, CA y la Revolución Cubana vivían una nueva fase, marcada por la subordinación de la cultura a la política. En ese contexto, la perspectiva antintelectual se volvió hegemónica en sus páginas y las voces disonantes fueron silenciadas. A su vez, LQR expresó en su propio consejo editorial la diversidad de perspectivas políticas que coexistieron dentro de la UP y se mantuvo abierta a diferentes puntos de vista sobre la “cuestión intelectual”. A pesar del desfase temporal, los temas y debates presentes en las dos revistas dan cuenta del carácter transnacional de las discusiones acerca del compromiso intelectual en la América Latina de los años 1970.
Resumen:
Introducción
Chile y Cuba: dos caminos para el socialismo en América Latina
Casa de las Américas y el antintelectualismo
Caso Padilla y Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura: repercusiones en CA y en Chile
La Quinta Rueda en busca de una política cultural
Chile y los intelectuales chilenos en Casa de las Américas
La Quinta Rueda y el antintelectualismo cubano
Conclusiones