in Cuadernos de Historia
La asociatividad en el Cerro de Montevideo en los años de la industria frigorífica, Uruguay, 1920-1950
Resumen:
Este artículo aborda el proceso asociativo que se desarrolló en la Villa del Cerro de Montevideo entre las décadas de 1920 y 1950, período de auge y crisis de la industria frigorífica que se instaló en ella, pretendiendo relevar las relaciones entre los espacios del trabajo y el barrio, y la influencia de ambas dimensiones en la formación de la identidad de los trabajadores y trabajadoras. La reconstrucción de este proceso asociativo se realizó a partir de fuentes secundarias, prensa local y un numeroso conjunto de textos basados en testimonios, observándose que las numerosas y diversas organizaciones que se crearon en el Cerro nutrieron las experiencias y repertorios de sus vecinas, vecinos, trabajadores y trabajadoras, aportando en forma significativa a la formación de su identidad.
Introducción
La historiografía social que ha estudiado el mundo del trabajo y de los trabajadores del Cono Sur es muy abundante, tiene una larguísima trayectoria y ha dado a luz investigaciones de gran alcance y profundidad. No obstante su significativa producción, las relaciones e influencias que se daban entre los espacios donde los trabajadores laboraban y vivían, muchas veces contiguos o cercanos, han sido comparativamente poco abordadas 1 , formándose en Chile dos campos de estudio entre los historiadores sociales, con acento uno en los operarios en el mundo del trabajo y todo su entramado, y con énfasis el segundo en su condición de habitantes de un barrio. Es relevante la producción de ambos campos, mas, al correr por carriles paralelos los estudios sobre “la vida y el trabajo”, se ha dificultado una comprensión más profunda sobre la formación de la identidad de los trabajadores, asignándose preeminencia a la experiencia en el segundo, considerándose comparativamente poco aquella que se generaba tras los muros de la fábrica (y de las sedes del sindicato y el partido) y en sus barrios.
Sin pretender refutar la importancia vital de la esfera del trabajo, las políticas laborales promovidas en el Cono Sur desde la segunda década del siglo XX, como la regulación de la jornada laboral, atendieron a algunos de los problemas de la clase trabajadora permitiéndole disponer de más tiempo libre, comenzando a cobrar relevancia el tema de la vivienda, las iniciativas de corte recreativo, cultural y deportivo, y la actividad de dimensión barrial. Por otra parte, los trabajadores no eran una tabla rasa cuyos primeros trazos eran dibujados en las fábricas, llegando a ellas en buena medida moldeados por las relaciones establecidas en sus grupos primarios y en torno a diversas instituciones y organizaciones, configurándose todo ello en el espacio barrial.
Considerando aquella menor atención al espacio donde la fuerza laboral se reproduce y a las relaciones e influencias que se establecen entre “el mundo del trabajo” y “el mundo de los trabajadores”, en este artículo indagaremos en la vida en uno de sus barrios, con acento en el entramado de organizaciones que se formaron en su entorno, influyendo estas, a través de sus prácticas, en la identidad de sus vecinos. En relación con este acercamiento, si bien en los barrios existe un abanico de influencias que pueden aportar a la configuración de sus habitantes, al abordar sus organizaciones nos acercamos al núcleo activo, y en muchos casos “dirigente”, de la comunidad vecinal y laboral, expresando parte importante de sus condiciones y características.
La Villa del Cerro, de Montevideo, es una buena expresión de los vínculos entre los espacios de trabajo y vida, así como de la relevancia de las organizaciones que se forman en un barrio. Entre la segunda mitad del siglo XIX y la década de 1950, en el Cerro se concentraron importantes actividades económicas, destacando la industria frigorífica, creciendo a partir de sus trabajadores –muchos de ellos inmigrantes–, los cuales lo fueron poblando, buscando la cercanía con sus labores, impulsando un fuerte proceso asociativo. No solo el vínculo entre trabajo y barrio que existía en el Cerro y la riqueza de su proceso asociativo explican su importancia. Las actividades productivas que se instalaron en él fueron las más relevantes de Uruguay en todo el período referido, convirtiéndose en el barrio de trabajadores más numeroso del país, liderando procesos que fueron centrales en la formación de la identidad de la clase obrera, asimilándose su importancia a la de los trabajadores frigoríficos, portuarios y metalúrgicos argentinos, y a los mineros y “trabajadores del metal” chilenos (ferroviarios y metalúrgicos).
En términos de claves teóricas, nos acercaremos a la noción de “identidad” desde Manuel Castells 2 , comprendiéndola como “la fuente de sentido y experiencia para la gente”, construyéndose aquel sentido “atendiendo a un atributo cultural, o un conjunto relacionado de atributos culturales, al que se da prioridad sobre el resto de las fuentes de sentido”. Según Castells, aquellos “atributos culturales” eran, entre otros, la historia, la geografía, la biología, las instituciones y la memoria colectiva, procesándolos los individuos, grupos y sociedades en su propio sentido y según las determinaciones y proyectos implantados en su estructura social y en su marco espacial-temporal.
Siguiendo con Castells y la importancia que le asigna a uno de esos atributos en la formación de la identidad de los sujetos –el territorio y la comunidad local–; la gente, al resistirse a la individualización y a la atomización social, tendía a agruparse en organizaciones territoriales que, con el tiempo, generaban “un sentimiento de pertenencia y, en última instancia, en muchos casos, una identidad cultural y comunal”, la cual se constituía en torno a la acción desplegada para exigir mejoras en las condiciones de vida, autonomía política local y participación ciudadana.
Como Castells, el antropólogo urbano Ariel Gravano 3 destaca la importancia del entorno barrial y la comunidad local en la formación de la identidad de los sujetos, señalando que el barrio es “... un significado recurrente en la vida urbana actual… que sirve para construir identidades socioculturales, políticas y con valores de distinción simbólico-ideológica”, pudiendo abordarse a partir de él, el estudio sobre la vida y las interacciones de los habitantes de distintos barrios así como las estrategias de supervivencia y las prácticas organizacionales que se desplegaban en ellos.
En relación con esas interacciones y prácticas organizacionales, del historiador Maurice Agulhon recogemos la noción de “sociabilidad” y su atención a sus manifestaciones formales –la “vida asociativa”–. Para él, la sociabilidad se relaciona con la “cualidad de ser sociable”, transformándose en un objeto histórico posible en tanto se convierte en un fenómeno colectivo “que varía en el espacio y quizá en el tiempo”, dos variables centrales a la hora de estudiarla 4 . Si bien Agulhon aborda principalmente la sociabilidad desde la dimensión de la vida asociativa, advierte que no se debe establecer como un atributo esencial y un criterio estable de la primera la densidad de la segunda, planteando que se puede observar formas de sociabilidad formal, como las asociaciones, clubes y agrupaciones políticas, e informal, como las plazas, cafés, pulperías y la vida familiar. Según Willian Chapman 5 , al relevar Agulhon la “vida asociativa formalizada” y su “vital importancia” en los procesos de sociabilidad, daba cuenta cómo las diversas organizaciones ejercían influencia sobre los pensamientos y prácticas de los individuos.
Conectando con aquellos pensamientos y prácticas, de la historia social de Edward Thompson 6 recogemos su comprensión y preocupación por la “experiencia” de los trabajadores, determinada tanto como “portada” y “vivida”. Según Thompson, en la formación de la clase obrera había tanto “condicionamiento” como “acción”, forjándose a sí misma a la vez que bajo relaciones establecidas por otros, siendo un “fenómeno histórico” que unificaba sucesos relacionados con la “materia prima de la experiencia” y de la “conciencia”, cobrando existencia cuando, a partir de esa experiencia, se constituía una “identidad” de intereses, distintos y opuestos a los de otras clases. Respecto a la referida “experiencia de clase”, atenderemos a aquella con la cual se encuentran y eventualmente heredan los obreros a la hora de llegar al mundo del trabajo, la “experiencia portada”, y a aquella que construyen a partir de su propio accionar, la “experiencia vivida”.
Complementando el énfasis en la acción de los sujetos, de la sociología histórica norteamericana de Charles Tilly y Lesley Wood 7 rescatamos la importancia que le asignan a las prácticas y valoraciones que desarrollan los movimientos sociales, incidiendo en la configuración de su identidad. En esa dirección, según Tilly y Wood los movimientos sociales se constituyen en torno a un esfuerzo público, organizado y sostenido por trasladar a las autoridades sus reivindicaciones, el uso combinado de diversas formas de acción política y “manifestaciones públicas y concertadas” donde se expresaban algunas de sus características. De lo anterior, relevamos el “repertorio” que forman los movimientos a partir del uso de diversas formas de acción, como la creación de asociaciones, y algunas de sus características cualitativas y cuantitativas, como la expresión de valor, unidad y compromiso en sus iniciativas y movilizaciones.
A partir de las reflexiones historiográficas y referencias teóricas expuestas, sugerimos que, en la formación de la identidad de la clase trabajadora, los espacios donde esta vivía y se reproducía influyeron de forma importante en la definición de algunos de sus rasgos. En sus barrios, los trabajadores recogieron y vivieron experiencias diferentes a aquellas presentes en sus faenas, construyendo un repertorio de acción que tuvo sus propias particularidades y expresiones. A la par, en esos espacios los trabajadores, en su calidad de vecinos, desplegaron una sociabilidad que se materializó en la creación de numerosas y diversas organizaciones, las cuales influyeron, a través de sus prácticas y hábitos, en la formación de su identidad.
Por último, en términos metodológicos, considerando la importancia de los factores estructurales y “condicionantes” en la formación de la identidad de los trabajadores, se reconstruyó una panorámica general de la historia del Cerro, colocando el acento en sus actividades económicas, su desarrollo urbano y su poblamiento, consultándose para ello un conjunto diverso de trabajos de cronistas, historiadores, arquitectos, antropólogos y periodistas 8 . Por su parte, para abordar la acción de los sujetos, la cotidianeidad del barrio y la experiencia que en él se construyó, se consultó, además, prensa local del Cerro de la década de 1940, la cual permitió seguir el itinerario de varias organizaciones y observar las preocupaciones e iniciativas de sus vecinos. Además de esas fuentes, se incorporó un importante conjunto de trabajos de corte “memorialístico, anecdótico, testimonial y de crónica” 9 realizados por vecinos y trabajadores del Cerro, reconstruyéndose con esos recuerdos parte de la panorámica general de la Villa y de las historias del barrio, sus habitantes y sus organizaciones, estas últimas, el núcleo de este artículo.
El Cerro de Montevideo en las décadas previas a la actividad frigorífica. Años de configuración y ocupación del espacio y de la formación de la “experiencia portada”
La Villa del Cerro de Montevideo fue legalmente creada en 1834, originalmente como Villa Cosmópolis, reflejando ese nombre la intención de asentar en el lugar a los inmigrantes extranjeros con los cuales se buscaba promover el desarrollo de la industria de los saladeros de carne. Gracias a su impulso, que la llevó a ser la principal actividad económica del Uruguay hasta la primera década del siglo XX, la población del Cerro aumentó en forma sustantiva, pasando de 700 habitantes en 1852 a 6527 en 1889, rozando los 10 000 a comienzos del siglo XX, cuando se iniciaron las operaciones de la industria frigorífica 10 . Un contingente importante de sus habitantes era de origen inmigrante, cerca de la mitad en 1852, el 41% en 1889 y el 24% en 1908, principalmente del sur de Europa, arribando en los años siguientes, oriundos de Europa Central y Oriental, así como de Asia 11 .
La urbanización e infraestructura de servicios del Cerro fueron a la zaga de la actividad saladera y del aumento de su población, y si bien durante la segunda mitad del siglo XIX se inauguraron los primeros adelantos, el déficit en los medios de transporte acentuó el aislamiento que le daba su posición geográfica, en una península al oeste de Montevideo, a contramano de donde esta crecía. Según Gricel Campón y María Luisa Gómez, aquella situación llevó tempranamente a quienes trabajaban en sus industrias a radicarse en la zona, “intensificándose desde muy temprano la estrecha vinculación vivienda-trabajo, característica que le dio al Cerro una impronta particular” 12 .
La industria frigorífica comenzó a sustituir, desde mediados de la década de 1910, a los saladeros, convirtiéndose en la principal actividad productiva del Cerro y del Uruguay en los años 20, beneficiándose de la legislación que fue promoviendo el Estado desde comienzos de siglo. En esa dirección, en 1902 se creó el primer establecimiento –La Frigorífica Uruguaya–, en 1911 le siguió el Swift Montevideo, en 1915 el Artigas y en 1928 el Frigorífico Nacional, en las instalaciones del primero 13 . Avanzada la década de 1910, los trabajadores asociados a sus diversas faenas fluctuaron entre los 10 000 y 12 000, muchos de ellos con actividades de carácter temporal que los dejaban desocupados la mayor parte del año, a pesar de lo cual un número importante se fue asentando en el Cerro 14 Subsecciones, encontrándose en él con un rico proceso asociativo.
Las primeras organizaciones en el Cerro se formaron en el último cuarto del siglo XIX, principalmente a nivel vecinal, atendiendo a un abanico de iniciativas e intereses, como la promoción de la ayuda mutua, el mejoramiento del barrio y el impulso de actividades de esparcimiento. Esas inquietudes se relacionaban con algunas de las condiciones del Cerro, como las carencias en su urbanización y los problemas económicos y laborales de sus habitantes, pudiendo observarse, además, tras estas iniciativas, los intereses, necesidades y tradiciones de quienes lo habían ido poblando, en buena medida, inmigrantes y trabajadores de muy diversos lugares y oficios que formaron familia en el Cerro, aportando sus prácticas y valores a la identidad de los cerrenses.
En los años referidos, se crearon sociedades mutuales, comisiones auxiliares (de fomento) y sociedades recreativas, sumándose a ellas, en las dos primeras décadas del siglo XX, las organizaciones formadas por diversos trabajadores, entre ellos, los saladeros y carboneros, cuya actividad comenzaba a mermar, y los obreros de los frigoríficos, que aumentaban paulatinamente su importancia 15 .
Aquella creciente organización y actividad sindical no se hizo a costa de los viejos espacios y sus orientaciones, continuando la formación de mutuales, el fomento de actividades recreativas y la preocupación por las condiciones del barrio, constituyéndose a nivel vecinal un extendido sustrato asociativo. Así, en los primeros años del siglo XX se formaron o mantuvieron en actividad cerca de una decena de mutuales, existiendo un número similar de organizaciones que procuraron el impulso de actividades esencialmente recreativas, continuando al mismo tiempo el funcionamiento de las comisiones auxiliares 16 .
Varias de las organizaciones referidas dispusieron de locales propios para impulsar sus actividades, existiendo además numerosos salones, sedes sociales y salas de teatro y cine donde las llevaban a cabo. A la par, muchas de ellas, a pesar de la diversidad de temas que les interesaban y de las claras diferencias doctrinarias entre algunas, se articularon y prestaron mutua colaboración 17 .
Como se puede observar, entre el último cuarto del siglo XIX y comienzos del XX se fue creando en el Cerro, a la par del desarrollo de importantes actividades económicas, su creciente poblamiento y la deficitaria urbanización, una extendida “vida asociativa formal”, la cual se expresó en la constitución de numerosas y diversas organizaciones. Estas procuraron la solución de los problemas del barrio, la ayuda mutua de sus socios, la recreación de los vecinos, la promoción de la cultura, la práctica del deporte y mejores condiciones laborales, ejerciendo, como señala Agulhon, importante influencia sobre los pensamientos y prácticas de quienes las integraban o que con ellas se relacionaban.
Esa rica y heterogénea asociatividad respondió en buena medida a la diversidad productiva, social y cultural de quienes trabajaban y vivían en el Cerro, compartiendo sus habitantes un espacio que se fue urbanizando lentamente, asumiendo el reclamo, la promoción y autogestión de soluciones en diversos ámbitos, constituyendo a partir de ello, a decir de Tilly y Wood, un “repertorio” de acción donde se observaba la huella de los inmigrantes y los trabajadores, muchos de los cuales compartían ese rol, así como el de vecinos. Ese común esfuerzo y orientación llevó a la formación de un importante sentido de comunidad, el cual se vio reforzado por las características y condiciones geográficas y de acceso al Cerro, las cuales obligaron a los trabajadores a asentarse y abastecerse en él, creándose una temprana “identidad local” 18 , la cual, recordando a Castells, se constituyó en torno a diversos “atributos culturales”, entre ellos, la geografía, la biología (la presencia de los inmigrantes) y las instituciones.
Por último, en las postrimerías de estos años los crecientes obreros frigoríficos concretaron sus primeras organizaciones y movilizaciones importantes, cuando ya se habían asentado en el Cerro ciertas tradiciones, espacios y prácticas asociativas, quedando estas a su alcance. Así, siguiendo a Thompson, es probable suponer que heredaron parte del sustrato experiencial de los otros gremios y de los vecinos del barrio, enfrentando con esa “experiencia portada” su propia experiencia del trabajar y el habitar, parte de la cual se podrá ver en la siguiente sección.
Las décadas de 1920 a 1950. Los años del auge y crisis de la actividad frigorífica
En la década de 1920 se concretaron en el Cerro un conjunto de medidas comprometidas por la Intendencia de Montevideo tras la movilización de los vecinos en los años previos, buscando dar solución a algunos de los problemas del barrio 19 . A pesar de los avances en algunas obras y del cambio de su estatus administrativo, en la década de 1940 el Cerro manifestaba aún déficits en su urbanización y provisión de servicios, denunciando la prensa local los problemas existentes 20 , contando, sin embargo, con cobertura en otros ámbitos, disponiendo sus vecinos y trabajadores de establecimientos educacionales, bibliotecas municipales, agencias de bancos, seccional de la policía, asistencia pública, Mercado Municipal, Junta Local y una terminal del tranvía 21 .
Los déficits en urbanización y servicios que arrastraba el Cerro llevaron, como era una constante en el barrio, a la organización de los vecinos para denunciar y solucionar esos problemas, formándose comisiones de fomento integradas por diversas asociaciones, pronunciándose y actuando en ámbitos como la educación, la locomoción colectiva y el acceso a víveres baratos 22 . No fueron en vano su proactiva organización y las denuncias de la prensa, comenzando en 1948 la Intendencia a responder a las demandas que se hacían desde el Cerro, impulso que continuó hasta la segunda mitad de los 50 23 .
La demanda de urbanización y servicios en el Cerro respondió al crecimiento que fue experimentando su población, produciéndose, según Campón y Gómez, un masivo fraccionamiento de sus manzanas entre 1920 y 1930, “época que coincide con el auge del frigorífico” y “de importante dinamismo en la zona”, formándose las nuevas viviendas a partir de la autoconstrucción, el esfuerzo individual y la acción privada, sin la participación de las industrias y con escasa intervención del Estado 24 .
Entre las décadas de 1920 y 1950, la activa población del Cerro fue creciendo a partir de sus propios hijos, de los trabajadores que laboraban en alguna de sus fábricas, particularmente en los frigoríficos, y de nuevos inmigrantes, no destacando entre estos quienes provenían del interior del país. Según los censos, la población del Cerro pasó de 9583 habitantes en 1908 a 32 085 en 1963, cuando la crisis laboral ya se había hecho sentir en él tras el cierre de los frigoríficos Artigas y Swift 25 , alcanzando sus máximos en la década de los 40, fluctuando entre los 50 000 y 70 000 habitantes, años en que los frigoríficos estaban en plena actividad 26 . Como en los años de los saladeros, esa población fue socialmente heterogénea, aun cuando se podría señalar que disminuyeron los “propietarios”, homogeneizándose su carácter y condición de “trabajadores”, destacando entre ellos los obreros, no pocos de los cuales eran inmigrantes o sus descendientes.
Muchos de esos inmigrantes se incorporaron a los bullentes frigoríficos del Cerro, la actividad productiva más importante en él y en Uruguay desde la década del 20. La industria frigorífica no surgió en el mejor contexto, existiendo un mercado donde los principales productores y compradores –ingleses y norteamericanos– habían fijado cuotas de participación en la exportación, siendo la demanda originada por la Primera Guerra, según Henry Finch, la que permitió su inicial expansión y desarrollo 27 . Tras el fin de la Primera Guerra, la disminución de la demanda no afectó a la industria frigorífica tanto como a otras actividades, como los debilitados saladeros y las fábricas de conservas cárnicas, comenzando a dominar las exportaciones uruguayas.
Como ocurrió con otras actividades en el continente, la Gran Depresión significó un duro golpe para la industria frigorífica, disminuyendo sus ingresos por concepto de exportación y declinando los volúmenes físicos, mejorando la situación en la segunda mitad de la década, no igualando los niveles previos a la crisis. Tal como había ocurrido con la Primera Guerra, la segunda generó el aumento de la demanda de la producción frigorífica, prolongándose esa coyuntura hasta comienzos de los 50, con la guerra de Corea, alcanzándose tasas de crecimiento anual del 8% 28 . Sin embargo, ese crecimiento derivaba del alza de los precios internacionales y no del aumento de la producción, por lo cual, concluida la larga y favorable coyuntura bélica, la situación de la industria frigorífica pasó rápidamente de compleja a crítica. En 1954, las dificultades económicas del Frigorífico Nacional le impidieron adquirir el ganado suficiente para cumplir con el abasto de Montevideo y, poco después, en 1957, la crisis se hizo terminal al cesar sus actividades los frigoríficos Swift y Artigas, los dos más grandes e importantes, cayendo el valor y volumen de las exportaciones. En los años posteriores se reabrió el Artigas y siguió funcionando el Nacional, pero ya estaba echada la suerte de la industria de la carne en Uruguay y el Cerro, enfrentando este último una fuerte crisis en 1969 que llevó a su cierre definitivo en 1978 29 .
Con toda la importancia de la industria frigorífica entre los años 20 y 50, ocupando entre 10 000 y 20 000 trabajadores anualmente, una parte significativa de ellos vecinos del Cerro; en él también se instalaron otros rubros, como los varaderos, fábricas de tejidos y madera compensada, industria de construcción y curtiembres. En los años 50, dando cuenta que la crisis de la industria frigorífica no era un problema solo de ese sector, junto con el inicio del cierre de sus plantas, se fueron clausurando otras importantes fuentes de trabajo, como uno de los antiguos varaderos, las barracas de carbón y la textil 30 . De esa forma, se inició el declive de uno de los pilares de la identidad cerrense, la relación vivienda-trabajo, partiendo muchos a laborar a la ciudad o al exterior, llevando consigo su “experiencia portada”, vista en la primera sección, y su “experiencia vivida”, parte de la cual abordaremos en los siguientes puntos.
La asociatividad en el Cerro. Las organizaciones de base laboral y las orientadas a la recreación, la actividad artística y la cultura
Entre las décadas de 1920 y 1950 Uruguay vivió uno de sus períodos más prósperos en términos económicos, con la industria frigorífica liderando las exportaciones, lo cual permitió el desarrollo de los trabajadores que estaban vinculados a esa y otras actividades y, a partir del crecimiento del aparato estatal, de su importante clase media. Salvo en momentos específicos, como durante la Dictadura de Gabriel Terra en los años 30, el funcionamiento político institucional gozó de continuidad, representación y amplia participación, generando todo ello el contexto propicio para el desarrollo, en Uruguay y el Cerro, de una activa vida cívica y una nutrida “sociabilidad formal”.
A diferencia de las décadas previas, donde el protagonismo asociativo había recaído en los obreros de los saladeros y carboneros, desde los años 20 comenzaron a destacar los operarios de los frigoríficos, perdiéndose casi completamente de vista la actividad de los otros trabajadores.
En 1926, según Vener, se produjo en el Cerro un “resurgimiento sindicalista”, convocándose a una asamblea proletaria debido a los conflictos en los frigoríficos y la indiferencia de los poderes públicos, no nombrándose a los asistentes, pero suponiéndose la participación de los afectados. En la década de 1930, a la par de impulsarse huelgas, como había ocurrido en la década previa, se formó la Sociedad de Carga y Descarga de los Frigoríficos, ampliándose el proceso asociativo en los 40, creándose cuatro organizaciones entre los trabajadores de la carne en sus primeros años 31 . Este proceso de organización sindical se dio en el contexto del impulso, por parte del Estado, de un nuevo marco de relaciones con los trabajadores, debilitadas durante buena parte de los años 30 por la escasa preocupación que manifestó por ellas la Dictadura de Gabriel Terra (1933-1938). Así, durante el gobierno de su sucesor, Alfredo Baldomir (1938- 1943), se amplió el derecho al régimen de jubilaciones, se estableció el derecho a la huelga y se fijaron Consejos de Salarios, beneficiándose en específico los obreros de los frigoríficos con la ley que les aseguró una jornada mínima en los meses que disminuía la actividad.
No fue en oposición a ninguna de esas medidas que los obreros del Nacional retomaron la experiencia de la huelga en 1943. En plena Guerra Mundial y con Uruguay en el frente aliado, la administración del frigorífico acusó a un grupo de trabajadores de sabotear a un barco de la alianza, despidiéndolos. Sus compañeros los apoyaron, no así la Unión General de Trabajadores (de mayoría comunista, proclive a las políticas aliadas), terminando con la separación de los obreros de la carne de la UGT y su distanciamiento con el sindicalismo comunista 32 . En 1950, nuevamente los aires de huelga corrieron por los frigoríficos, con agudas movilizaciones que llevaron a rememorar la guerra que se libraba en Corea. Pero ni las huelgas ni el llamado a formar una comisión que ayudara a enfrentar la situación lograron detener la crisis de la actividad, cerrándose el Swift y el Artigas, sin que la posterior creación de los Establecimientos Frigoríficos del Cerro (EFCSA) solucionara los graves problemas de trabajo de la zona 33 .
Como se pudo ver, para los obreros frigoríficos la huelga fue parte de su “experiencia portada” y su “experiencia vivida”, impulsándola con objetivos solidarios o económicos, en varios casos acompañadas por marchas y enfrentamientos con la policía. A la par, el paro fue otra de sus formas de movilización, materializándose en el Nacional para agilizar los pagos y aumentar el salario de los trabajos pesados. La organización de sindicatos fue también parte de su experiencia portada y vivida, siguiendo el ejemplo las obreras y los obreros de la industria textil del Cerro, Lana Uruguaya, quienes declararon la huelga en 1954 para defender su derecho a organizarse, tomándose la fábrica. Innovando en el accionar, las huelguistas les cortaron el cabello y quitaron el calzado a las obreras que iban a trabajar, optando también por el factor sicológico, dibujando una oveja con grandes cuernos que colocaban en las casas de quienes rompían la huelga 34 .
La actividad asociativa de otros trabajadores, como aquellos que habían destacado en las dos primeras décadas del siglo, como los obreros saladeros, carboneros y deshollinadores, apenas se visualiza a partir de los años 20, manteniendo algunos sus locales sociales, pero no reproduciendo el activismo de las décadas previas. Sin embargo, su protagónica actividad desde fines del siglo XIX echó raíces en el Cerro, aportando al marco identitario de “base” de los trabajadores de los frigoríficos, influencia que se extendió hacia los vecinos del lugar, con quienes habían compartido inquietudes, movilizaciones e iniciativas, proyectándose sobre el mundo del trabajo y de los trabajadores, parte de sus repertorios y experiencias.
El protagonismo y centralidad que fueron adquiriendo las organizaciones de los obreros frigoríficos, así como sus experiencias y repertorios, no le quitaron impulso a la asociatividad de base vecinal y a su quehacer. En relación con ello, en forma previa veíamos la serie de comisiones de apoyo, fomento y demanda que se crearon por parte de los vecinos del Cerro entre las décadas de 1920 y
1950, siguiendo una tradición que se remontaba al último cuarto del siglo XIX. A la par, compartiendo también una larga tradición, en esos años, numerosas sociedades atendieron particularmente a la recreación, y otras tantas se abocaron al cultivo del teatro y otras expresiones culturales.
Entre las organizaciones que atendieron a la recreación, el esparcimiento y la actividad artística, en la década de los 20 se destacaron por mantener su actividad, más de una decena de sociedades y centros, entre ellos, el Centro Artístico Claridad, el cual organizó un festival para los sindicatos de obreros y oficios varios en 1927 35 . En los años 30 la situación no fue muy diferente,
impulsando varias sociedades la actividad artística y recreativa, como Brisas de una Tarde, que organizaba bailes, o la Asociación Recreativa Danubio Azul, que impulsó un festival a beneficio en 1936 36 .
Relacionado con la actividad artística y recreativa, en estos años comenzó a tomar mayor relevancia el Carnaval, manifestación que, según se desprende de Vener, a comienzos del siglo XX aún no despertaba el entusiasmo de los bailes ni el teatro y no adquiría sus actuales rasgos. Sin excepción, los recuerdos de los vecinos respecto a esa fiesta son positivos; relevando el aspecto comunitario
del Carnaval, un vecino mencionado por Kydia Mateos, quien señalaba que los tablados que se levantaban eran “muchos”, “uno cada pocas cuadras”, tarea que llevaban a cabo los vecinos organizados en Comisiones, “teniendo su gestación en cada boliche, en cada club”, y en las noches de murgas y troupes, todos rodeaban “masivamente el tablado por los cuatro costados” 37 .
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Respecto a las agrupaciones que pusieron el acento en la cultura y en el teatro, en la década de los 20 funcionaron en el Cerro varios centros que procuraron el acceso de sus socios y vecinos a esas manifestaciones, como el Centro Cultural y Social Batllista (CCySB) y el Club Social Frigorífica Uruguaya. En esos centros se organizaron bibliotecas, se presentaron números musicales, se exhibieron
obras de teatro y se realizaron conferencias. En la década siguiente, se sumó a esos esfuerzos de promoción cultural la Asociación Estudiantil Cerrense, fundada en 1930, la cual dictaba clases de diversos ramos, creando a su vez su propio conjunto artístico, realizando ese año una presentación del cuadro teatral Florencio Sánchez en su beneficio 38 .
En el ámbito específico del teatro, si bien en los años 20 disminuyó su actividad, aún presentaban obras diversos conjuntos, como el Talía, fundado en 1929, el cual, siguiendo una larga tradición, presentó una obra en la conmemoración del 1° de Mayo bajo el auspicio del Centro Sembrando Ideas. En los años 30, varias compañías continuaron en actividad, aun cuando con menos sistematicidad, surgiendo a la par nuevos grupos, colaborando algunos de ellos con las actividades de la “gota de leche”, realizando también festivales a beneficio de la Universidad Popular del Cerro 39 .
En la década de 1940, la mermada actividad teatral se mantuvo conectada a diversos centros sociales y culturales, coorganizando el reactivado Emilio Zola sus veladas con el Centro Estudios Universales, el cual formaba parte, según Vener, de una vieja y arraigada tradición de origen anarquista. Conectada con esa tradición y con el origen obrero de los participantes del cuadro, muchas de
sus presentaciones fueron en homenaje al 1° de Mayo, señalando Vener que sus integrantes, y los del Centro Estudios Universales, fueron en estos años protagonistas en la actividad sindical de los obreros frigoríficos 40 . Ya en los años 50, a esa vieja tradición asociativa y cultural de raíz libertaria se sumó en 1952 el Ateneo Libre Cerro - La Teja, convirtiéndose, según Vener, en “una experiencia de convivencia y fraternidad” donde se aportó al desarrollo del Teatro de Barrio, se realizaron charlas y conferencias y se organizaron exposiciones de cine 41 .
La asociatividad que hermanaba y la que tensionaba: mutuales, cooperativas y asociaciones / clubes de fútbol, iglesias y organizaciones políticas
Varias de las organizaciones laborales, recreativas, artísticas y culturales existentes entre las décadas de 1920 y 1950 apoyaron o impulsaron iniciativas de beneficencia y cooperación, orientaciones que, con raíces a fines del siglo XIX, seguían en estos años expresadas en las mutuales, que habían perdido parte de su dinamismo, y en diversas asociaciones de apoyo, que tuvieron una creciente actividad.
Las sociedades mutualistas, numerosas hasta las primeras décadas del siglo, fueron disminuyendo, manteniendo su actividad la que formaron los obreros del Frigorífico Nacional, mutual en la que participó uno de los vecinos cuyos testimonios recogió Eduardo Fagián, Julio Míguez Manfredi, recordando además haber integrado su cooperativa. El Rotary Club Cerro, fundado en 1953, promovió también iniciativas de corte mutualista, haciendo lo propio desde 1933 la Asociación de exalumnos de la Escuela Checoslovaquia, la cual mantenía un coro y una orquesta y organizaba festivales, actos culturales, conferencias y exposiciones artísticas, siguiendo sus pasos la Asociación de exalumnos de la Escuela de 2° grado n° 30. En la misma línea del apoyo y la asistencia, en los años 30 comenzó a funcionar el Comité Cooperador de la ‘gota de leche’, el cual recibió la ayuda de los cuadros teatrales del Cerro para procurar fondos, y en la década de los 40 se creó la Escuelita Taller del Centro Dr. Joaquín de Salterain, filial de la Liga contra el Alcoholismo, con 200 socias en el Cerro, no siendo probablemente casual la fundación de la filial, aun cuando la referencia al problema no destaca entre los recuerdos de los cerrenses 42 . Con relación a la filial y su composición exclusivamente femenina, si bien en el Cerro la participación de mujeres en su vida asociativa fue común, tanto como beneficiarias o dirigentas, la creación de organizaciones acotadas a ellas no fue habitual. En esa dirección, en estas décadas no se crearon o destacaron los centros de madres o ligas femeninas, lo cual daría cuenta que las demandas particulares no eran la prioridad de las vecinas y trabajadoras del Cerro, o que la vida asociativa que en él se desarrolló respondió a parte de sus preocupaciones.
A diferencia de lo que ocurrió hasta la década de 1910, cuando las organizaciones deportivas no destacaron por su número o actividad, desde los años 20 su presencia se hizo más masiva y protagónica, sucediendo lo mismo, como vimos en forma previa, con aquellas relacionadas con el Carnaval, dando cuenta todo ello de un asentamiento más masivo y definitivo en el Cerro, de más estables o mejores condiciones de trabajo, y de la mayor posibilidad de disfrutar del tiempo libre por parte de esos trabajadores y vecinos.
De los clubes de fútbol, de aquellos existentes a fines de la década de 1910, continuaron su actividad los que hasta ahora son los dos principales cuadros del Cerro, el Rampla Junior Fútbol Club y el Club Atlético Cerro. Con el tiempo, ambos equipos contaron con sus propios estadios y con sus sedes sociales, ampliando además sus actividades hacia otros deportes, como el básquetbol. En sus locales, ambas escuadras realizaron bailes, organizaron fiestas y kermeses, exhibieron películas, contaron con bibliotecas y pusieron en práctica cursos de especialidades para sus socios, orientándose algunas de esas actividades a la recolección de fondos para necesidades propias, así como para ir en apoyo de otros (como la Escuela de 2° Grado n.° 30) 43 . A ellos se sumaron, entre las décadas del 30 y 50, no menos de una decena de escuadras, quedando en evidencia la relevancia que había adquirido la actividad deportiva para los vecinos y trabajadores del Cerro 44 . Ahora bien, no solo hubo clubes de fútbol en el Cerro, aunque sin duda destacaron en la actividad deportiva, apenas vislumbrándose otras prácticas, fundándose en 1951 el Club de Pesca Villa del Cerro, el cual desarrollaba además actividades sociales y culturales, y en 1958 el Club de Golf del Cerro, aprovechando el campo disponible en las cercanías 45 .
Al igual como había ocurrido hasta la década de 1910, a partir de los años 20 las organizaciones formadas a partir de filiaciones políticas o religiosas no igualaron en representación y dinamismo a los ámbitos asociativos que hemos referido, aun cuando la actividad de los protestantes se acentuó, se empezó a hacer visible la actividad del Partido Comunista y la filiación ácrata de varias sociedades no mermó.
Respecto a las organizaciones políticas, resulta difícil seguir su cotidianeidad. En 1920 existía la Asociación Cultural Nacionalista de la 13° Sección, y en la misma década se encontraba en actividad el Club Colorado General Fraga y el Centro Cultural y Social Batllista, CCySB, fundado en 1926, siguiendo activo el segundo en los años 40. La Acción Católica tenía activistas en el barrio desde la década del 30, ocurriendo lo propio con los nacionales, señalando Rodolfo Porrini que desde comienzos del siglo XX había en el Cerro una “importante” influencia nacional, existiendo, a la par, muchos obreros que seguían a los colorados, siendo mayoría, por ejemplo, los dirigentes batllistas en la Federación Autónoma de la Carne 46 . Respecto a las organizaciones de izquierda, según Porrini en su estudio sobre la forma en que ellas concibieron y practicaron el tiempo libre en Montevideo entre las décadas de 1920 y 1950, comunistas, socialistas y anarquistas se hicieron presentes en diversos barrios a través de sedes partidarias y seccionales, periódicos, ateneos, teatros y cines usados en actos y veladas, siendo uno de esos barrios, la Villa del Cerro. Entre los años 20 y 40, la actividad del PC en ella fue relativamente débil, funcionando una seccional en 1923, organizando picnics y eventos en sus cines en la primera mitad de los 30 e instalando un local para el trabajo en el sector Cerro - Teja en los 40, mientras que los socialistas no tuvieron mayor presencia en el Cerro, concentrando su actividad en otros barrios. La amplia familia de los libertarios, por su parte, desde los años 20 (y antes) desplegaron su activismo en el Cerro, editando prensa, realizando picnics, organizando actos y veladas en sus cines, colaborando en la formación de sindicatos, asumiendo importantes funciones en ellos y disponiendo de locales, fundándose en uno de ellos, en 1956, la Federación Anarquista Uruguaya, eligiendo secretario general a Rubén Barcos, un libertario argentino que vivía en el Cerro 47 .
En cuanto a la asociatividad de matriz religiosa, esta asentó algunas fiestas y desplegó iniciativas que dejaron a parte de los cerrenses al alcance de sus prédicas, celebrándose en una de sus parroquias el día de “La Virgen de La Ayuda”, llegando peregrinos de todas partes para participar en la procesión, no alcanzando esa dimensión pública otras iniciativas. Más socialmente activos fueron los protestantes, quienes sistematizaron su trabajo a partir de la fundación, en 1920, de la primera obra de la iglesia metodista, impulsando desde su local, conocido posteriormente como Casa de la Amistad, iniciativas en beneficio de los niños y jóvenes, como un salón de juegos y el funcionamiento de una biblioteca 48 .
Como se puede observar, la asociatividad que se formó en torno a las organizaciones políticas y religiosas no tuvo la magnitud que manifestaron otros espacios, manteniendo el mismo bajo perfil aquellas que se crearon en torno a la identidad étnica, donde destacaron cuatro o cinco 49 . Difícil poder señalar la simple falta de interés por la política activa, la salvación del alma o las raíces propias, aquella situación se podría explicar por el temprano surgimiento de otros espacios asociativos, por la manifestación de problemas de mayor prioridad para la vida cotidiana y del barrio, por el conocido laicismo de la sociedad uruguaya y por la opción de los vecinos y trabajadores del barrio por procurar los temas, espacios y dinámicas que reforzaban los lazos comunitarios. En este sentido, muchos de los inmigrantes que llegaron a vivir al Cerro venían escapando de conflictos originados o alimentados por la exacerbación de diferencias políticas, étnicas o religiosas, como los armenios por la persecución en el Imperio Otomano desde inicios de la Primera Guerra y los lituanos y rusos tras la finalización del conflicto, de ahí que probablemente optaran por la formación de organizaciones que procuraran el bien común, la fraternidad y la colaboración.
Sobre esas opciones, como había ocurrido antes de la década de 1920, los vecinos y trabajadores del Cerro hicieron común el impulso de iniciativas de ayuda y asistencia, así como la colaboración y articulación entre organizaciones. Según Raúl Bertolini, la “pobreza de muchos” que produjo la crisis económica de comienzos de los años 30 en el Cerro se sorteó, en parte, con la ayuda que brindaron el municipio y las organizaciones del lugar, recordando además el apoyo que recibieron los migrantes por parte de los metodistas. De menor urgencia, en 1931, en el Circo Río Branco, se dio un beneficio para el Club Rampla por cuenta de murgas y troupes, y en 1934 la Troupe Estudiantil Uruguay organizó el Festival de Beneficencia Pro-Escuela Industrial, participando en él la Compañía de Teatro Florencio Sánchez con una obra 50 .
Si sumamos a esas iniciativas aquellas mencionadas al momento de referir a otras organizaciones del Cerro, salta a la vista la voluntad de sus vecinos y trabajadores por procurar la colaboración y asistencia con sus pares, reforzando los lazos construidos en el trabajo y en la vida cotidiana del barrio. Esa voluntad respondía en buena medida a las condiciones de vida que experimentaban los cerrenses, con un pasar sencillo en su mayoría, necesitando del actuar colectivo para enfrentar las situaciones que podían afectar a los individuos u organizaciones. “Determinados” por sus condiciones materiales de vida, el origen inmigrante de un número importante de cerrenses explica también esa voluntad, beneficiándose de ella y reproduciéndola luego, probablemente no olvidando los conflictos que habían empujado a sus respectivas partidas y las penurias de los primeros tiempos. Por último, esa práctica de la colaboración tenía larga data en el Cerro, siendo promovida por organizaciones específicas, por varias otras sociedades y por algunas corrientes doctrinarias de extendida presencia en la zona, como el anarquismo, formando parte de la experiencia “portada” y “vivida” de quienes trabajaban y habitaban en la Villa del Cerro.
Conclusiones
Entre las décadas de 1920 y 1950, años de auge y crisis de la industria frigorífica uruguaya y del lugar donde esta se asentó, el Cerro de Montevideo, los vecinos y trabajadores de la Villa crearon, en el barrio y en sus faenas, diversas y numerosas organizaciones, como comisiones vecinales, mutuales, sociedades recreativas, sindicatos y federaciones, centros sociales y culturales, cuadros artísticos, compañías de teatro y clubes deportivos. Parte de su hacer fue la demanda a las autoridades, el impulso de movilizaciones, la autogestión de soluciones, la articulación de iniciativas y la promoción de diversas actividades, dando forma todo ello a una parte importante de la “experiencia vivida” y los “repertorios” de los vecinos y trabajadores del Cerro.
Varias de las preocupaciones e inquietudes de los habitantes del Cerro en las décadas del auge y crisis de la industria frigorífica tenían larga data en él, formándose desde el último cuarto del siglo XIX diversas organizaciones de vecinos y trabajadores, generando experiencias y repertorios que influyeron a sus contemporáneos y a quienes se fueron asentando desde la década de los 20, entre ellos, los obreros de los frigoríficos. En ese sentido, estos, muchos de los cuales además eran vecinos, dispusieron de una “experiencia portada” donde destacaba la capacidad asociativa, la heterogeneidad de intereses y preocupaciones, y la huella de un activismo variopinto.
Las condiciones y características geográficas, urbanas y humanas del Cerro influyeron en la formación de aquella red asociativa que se fue creando y en la identidad de quienes vivían y trabajaban en él. Geográficamente aislada y ubicada a contramano de la dirección en que se expandía la ciudad, la Villa del Cerro creció al margen de ella, no modificándose sustancialmente esa situación con el auge de los frigoríficos y las mejoras en el transporte. Por lo anterior, desde temprano se dio, en el Cerro, el vínculo entre “trabajo y barrio” al cual refieren Campón y Gómez, pudiendo deducirse la mutua influencia entre ambos espacios. El aislamiento del Cerro redundó, además, en la despreocupación de los poderes públicos por su adecuada urbanización y disposición de servicios, formándose tempranamente organizaciones tanto para demandar medidas a las autoridades como para emprender soluciones a través de la autogestión y la articulación con otros, perdurando esas sociedades en la medida que lo hacían también los déficits de habitabilidad en el sector. El aislamiento dificultó además el acceso a las actividades y espacios recreativos y culturales que se encontraban en la ciudad, creando los vecinos y trabajadores del Cerro diversas y numerosas organizaciones que se abocaron a esos temas, aportando sus propias prácticas a los cerrenses.
Respecto a las características y condiciones de quienes se asentaron en el Cerro y formaron sociedades, destaca un numeroso y diverso contingente de inmigrantes y una amplia y heterogénea población trabajadora, quienes aportaron sus intereses y tradiciones a quienes lo fueron poblando. Por su condición inicial de “foráneos”, los inmigrantes debieron procurar la organización, la ayuda mutua, la cooperación y el esfuerzo del trabajo, y si bien formaron algunas importantes organizaciones de carácter étnico, no quedaron acotados a ellas, incorporándose al amplio abanico de sociedades que se fueron creando, heredando sus prácticas asociativas, sus hábitos comunitarios y su valoración del trabajo a quienes vivían y trabajaban en él. Por su parte, las condiciones laborales y de vida de los trabajadores, principalmente obreros de los frigoríficos (y de varios otros sectores y oficios), muchos de los cuales vivían en el Cerro, los llevó a compartir preocupaciones y actividades con los vecinos, agregando su propia prioridad por la formación de sindicatos y federaciones y el impulso de movilizaciones de carácter disruptivo. Del mundo del trabajo vino, además, de la mano de la amplia familia de los libertarios, y socialistas en menor grado, la preocupación por la cultura y la formación integral, lo cual se tradujo en la creación de bibliotecas, centros de estudios y grupos de teatro, incorporando a sus actividades y espacios a un significativo número de cerrenses.
Las numerosas y diversas organizaciones que crearon los vecinos y trabajadores del Cerro influyeron en forma sustantiva en la formación de la “identidad” de quienes vivían y laboraban en él, aportando hábitos, prácticas, intereses y formas de acción que nutrieron sus experiencias y repertorios. Y pensando en quienes dieron sustento a todo ello e integraron esas diversas organizaciones, se puede observar la huella de los inmigrantes y los trabajadores, los cuales legaron a la identidad cerrense su espíritu comunitario y conciencia de grupo, su disposición organizativa y su valoración del trabajo, aportando a la construcción de una comunidad que se alimentó de su heterogeneidad laboral, social, cultural y étnica.
Por último, en ningún caso el relevamiento de la vida de los trabajadores en sus barrios implica obviar la significativa importancia del espacio y el mundo del trabajo, pretendiendo más bien llamar la atención sobre la necesidad de observarlos en sus faenas y fuera de ellas, así como comprenderlos más allá de la tríada “sindicato, huelga, partido”, sugiriendo una mirada más integral y menos “determinada” por sus actividades productivas y las relaciones que en torno a ellas forja. Ese ejercicio, probablemente, nos permita preguntarnos por el lugar donde forjaron su identidad ese inmenso número de trabajadores que nunca se sindicalizaron o militaron, o qué tan homogénea era esa clase a la cual se le reclamó su rol histórico a fines de la década de los 60, en Chile y otros países, pudiendo acercar claves para comprender los diversos caminos que recorrieron los trabajadores en los años de los estados desarrollistas y el rol que jugaron a partir de la “década de las decisiones”.
Resumen:
Introducción
El Cerro de Montevideo en las décadas previas a la actividad frigorífica. Años de configuración y ocupación del espacio y de la formación de la “experiencia portada”
Las décadas de 1920 a 1950. Los años del auge y crisis de la actividad frigorífica
La asociatividad en el Cerro. Las organizaciones de base laboral y las orientadas a la recreación, la actividad artística y la cultura
La asociatividad que hermanaba y la que tensionaba: mutuales, cooperativas y asociaciones / clubes de fútbol, iglesias y organizaciones políticas
Conclusiones